Bruselas

Ni-ni y parásitos

La Razón
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Hace años nadie hubiera sospechado que la pregunta «¿Estudias o trabajas?», muletilla dialéctica para entrar a matar de todo espontáneo de discoteca, acabaría formando parte de las encuestas con las que se les toma la temperatura a los jóvenes. Bruselas, en su afán de estabular a la población europea en todas las posturas, acaba de publicar uno de esos estudios sociológicos que certifica no ya la simplificación del cortejo juvenil, sino la existencia de una generación sin oficio ni beneficio. Y la española encabeza el ranking, para variar. Al parecer, España es un país de jóvenes pasmados, que ni estudian ni trabajan. Los Ni-ni, les llaman. Es una definición demasiado benévola e indolora, incluso cariñosa para unos tipos que pudiendo comerse el mundo a dentelladas se dedican a sestear en el sofá de papá a la espera de que se ponga el sol con la firme voluntad de sumergirse en la indolencia de la noche. Ni-ni es un eufemismo en exceso caritativo para no pocos vagos, haraganes, gandules, sanguijuelas, parásitos, perezosos, holgazanes y zánganos disfrazados de víctimas, cariacontencidos porque la sociedad no les comprende y les niega la oportunidad de demostrar lo mucho que valen. Repugna al buen sentido que se meta en el mismo saco estadístico al joven parado que abandonó tempranamente los estudios para echar una mano en casa, con esos otros que a sus 25 años se tienen por demasiado viejos para estudiar y por demasiado jóvenes para currar ocho horas al día sin que su dignidad resulte mancillada. Mientras los primeros sufren los efectos devastadores de un mercado laboral que se ensaña con las nuevas levas, los segundos vegetan a la sombra de las mamás compasivas y de los papás resignados. Tal vez ahí radique la causa de que prolifere tanto Ni-ni caradura, en esos progenitores demasiado permisivos y condescendientes, educadores mediocres que trampearon con zalemas la falta de autoridad. Detrás de cada uno de esos chavales apoltronados que consumen las horas ante la pantalla o matan el tiempo con la pandilla, hay unos padres pusilánimes que han abdicado de su función formadora, militantes del buen rollito que han confundido la exigencia con lo autoritario o facha. Y ahí está el fruto de sus sonámbulos desvelos: hijos ni-ni. O sea, ni vergüeza ni redaños. Pero eso sí, con dinero en el bolsillo para quemar la noche, no sea que se enfaden y se frustren, los pobrecitos. Lo más gracioso de todo es que estos prendas son los que tendrán que pagar las pensiones de sus padres dentro de 15 años.