ETA
Farsantes y cobardes por Alfonso Merlos
Si la sinceridad fuese una virtud que adornase a los etarras y sus compinches, estaríamos salvados. Es una noticia esperanzadora que quien se ha entregado a reconstituir una banda criminal se disponga, entre barrotes y en pleno sofocón agosteño, a iniciar una dieta extrema. Y es una tétrica ironía que, en un guiño a sus hermanos del hacha y la serpiente, se recree en el anuncio haciendo alusión al carácter «indefinido» de esta baldía iniciativa de chantaje.
No es el momento de volcar la ira sobre este miserable como hiciera Bono con el asesino De Juana («la pena es que esta escoria social que amenaza con matarse no lo hubiese hecho antes de acabar con la vida de 25 inocentes»). Estamos, por el contrario, en el tiempo de probar, sin prestarle más atención de la debida al preso Arnaldo y sus secuaces, si por fin dejarán de ser lo que siempre han sido: unos farsantes y unos cobardes.
O sea, no vale lo de esconder la comida en la celda haciendo trampa, que es lo que ya se ha descubierto en el comportamiento ratero de indeseables carniceras también ligadas a la ETA. Tampoco vale lo de repudiar de forma muy viril la comida que sirven los funcionarios para luego atiborrarse en la cantina. Y por supuesto, no vale hacer el ridículo interrumpiendo este heroico gesto apelando a las más peregrinas excusas que se les puedan ocurrir a esta morralla.
Es un hecho históricamente incontestable que el terrorismo es una forma de guerra psicológica. Pero ni el Gobierno debe permitir, ni los españoles vamos a consentir, que una partida de peleles, con un plan de adelgazamiento radical, provoquen en la sociedad miedo, incertidumbre o división. ¡Como si no tuviésemos asuntos más importantes de los que ocuparnos!
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