Ana Obregón

El Mojón

La Razón
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Hasta el momento, el único capaz de mover un mojón en esta España de las autonomías, era Pedro José Pérez, antaño alcalde de San Pedro, que lo puso en otro sitio y se hizo fotos el tío encima de él, con dos mojones, oye, que hasta organizó rueda de prensa para cambiarlo como si fuera un posado de Ana Obregón, que menuda era para eso su Mónica Meroño. Mas el mojón que hoy nos trae hasta esta columna, es el que flotaba con libertad ayer mismo entre la gente que se bañaba en la playa de Las Higuericas. Frente al mismísimo Chiringuito Ramón, a seis o siete metros de la orilla, entre miles de bañistas apurando sus vacaciones, navegaba a la deriva un pedazo de mojón humano, un torpedo duro que alguien había abandonado a su suerte en plena angustia, para descojono de los jóvenes y resto de mortales, sobre todo maris, que comentaban con muy mal rollo lo del marrano que se había aliviado en mitad de la playa. Y claro, como el mojón no tenía matrícula y tampoco pasaba por allí ningún CSI para analizar su ADN, la boñiga se deslizaba al capricho de las mareas, meciéndolo cerca de las familias, con su carga interior de garbanzos y boloñesa, macizo, intenso y sin perder un gramo de su hedionda apariencia. Nada comparable a la medusa, al erizo o al tiburón. Cuando un mojón aparece por una playa, el ambiente es otro. La gente que bucea y lo encuentra frente a las gafas, vuelve a sumergirse. Las madres utilizan el anverso de las manos para crear una ola tipo tsunami que acerque el mojón a otra familia. Y yo, que lo veo desde el chiringuito, recuerdo al hijo que, bañándose con su padre, preguntaba: «papa, ¿hace levante o poniente?». Y el padre le respondió, «no sé, pero el mojón va pa ti». Cosas del verano. Casi como la vida real. Que haya alivio, amigos.