Acoso sexual

Risotadas

La Razón
La RazónLa Razón

Te los encuentras por todas partes, en el bar en torno a la barra, en un vagón de cercanías, en una noche de fin de semana por las calles, un grupo de 5 o 12 o 20, hombres jóvenes o muchachos que ya quieren hacer de hombres o treintañeros que quieren seguir siendo jóvenes, que hablan a voces y cada dos por tres, a cualquier patochada que haya dicho alguno, estallan todos a coro en carcajadas estrepitosas, ja ja ja, jo jo jo; también, sólo que en tono agudo, grupos de mujeres jóvenes o chicas que tiran a mujeres o señoras más jóvenes que sus años, que a cada dos por tres el parloteo se rompe en un ataque a coro de ji ji ji, ja ja ja. Y a uno acaso, que cae o pasa fuera del grupo, le roza el corazón un frío de hastío y de tristeza, al sentir seguramente lo falsas que son todas esas risas.

Tal vez ha sido siempre así: reprimir, aburrir y distraer a los jóvenes es una faena necesaria del Poder, en tanto y no que los mete en la milicia o las oficinas, y no serán por tanto ninguna novedad las pataratas de los jóvenes en el encierro, las petulancias de creerse que ya lo saben, el afán de disfrutar de la vida, o sea contentarse con lo más barato; sólo que, con el progreso (es la ley), lo mismo de siempre, pero más que nunca, más la idiotez de las jóvenes mayorías, y más ruidosa.

Esas risotadas son un sacrilegio (no te rías, memo) contra el don de la risa; porque no nacen de ningún chiste u ocurrencia graciosa que en el grupo surja (no se pueden hacer chistes buenos a tal velocidad), sino que son risas adrede, porque hay que llenar el tiempo y el vacío. Y la risa de veras es algo que le asalta a uno de improviso, por sorpresa, un descubrimiento repentino de la mentira de lo que creía uno; y eso era demasiado bueno, peligroso, y había que convertirlo en ese restrallete de carcajadas voluntarias, que ni a uno ni a Dios van a sorprenderlo nunca.