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El amargo adiós de Bruno Delaye

La «socialité» madrileña se despide del embajador francés más español que ha tenido nuestro país: «Por él, se hubiera quedado»

El embajador francés es un gran aficionado del flamenco, los toros y el fútbol
El embajador francés es un gran aficionado del flamenco, los toros y el fútbollarazon

No podía evitar mostrar su frustación: echa el cierre a la antigua propiedad de los Urquijo. «El deber me llama», afirmó, resignado, durante su despedida en la embajada francesa de Madrid el pasado martes. Bruno Delaye, el diplomático carismático, divertido, cercano y amante de la cultura española, abandona España, y no por placer, sino por obligación. «Se marcha disgustado, si fuera por él se hubiera quedado más tiempo, pero sabe que su cometido es ir donde le manden», declara un amigo cercano a LA RAZÓN. Una opinión que comparten desde la Embajada francesa, donde aseguran que «le daba muchísima pena. Aunque se va con ilusión a Brasil, deja su corazón en Madrid».

La «socialité» madrileña, a la que había sabido ganarse con su «don de gentes», lamenta la decisión. «Le echaremos mucho de menos. Es el embajador francés más español que ha pasado por nuestro país. Ha sido un orgullo tenerle aquí», declara Nieves Álvarez. Ferviente seguidor de los toros, apasionado del flamenco y un entusiasta de nuestra gastronomía. En Casa Lucio, donde solía comer con frecuencia, aseguran que «es una persona de las que ya no quedan. Le gustaba sentarse con un buen plato de jabugo y hablar con todo el mundo», y don Lucio, el dueño, añade: «Ha conectado con nuestra cultura como nadie. Si fuera por él, se hubiera quedado».

Un sentimiento compartido por más de una personalidad política, que durante la fiesta del martes bromeó con llamar al mismísimo Hollande para evitar su marcha a Brasil. Pero Delaye es un diplomático de carrera, y, según cuentan, se disculpó con un «ya sabes, el trabajo es así». Pese a la tristeza, fue una velada emocionante: no faltaron bulerías, bailes y brindis en su honor hasta bien entrada la madrugada. «Hubo momentos en los que apenas podía contener el ánimo. A todos los embajadores les gusta quedarse donde se sienten a gusto y éste era el caso de Bruno», comenta Enrique Cerezo, y añade: «Se va triste, llevaba seis años en España, que por una parte fueron difíciles y, que, siendo sinceros, ha desempeñado de manera extraordinaria».

 Buena muestra del cariño que se le guarda es el centenar de personas que quiso compartir con él su última noche en la villa madrileña: la baronessa Thyssen, Carlos Fitz James Stuart, Esperanza Aguirre, José María Cano, Arturo Pérez-Reverte, Finito de Córdoba... Nadie quiso faltar: «Abría siempre las puertas de su casa, te hacía sentir que formabas parte de su mundo», afirma Cuqui Fierro.

Vivirá entre Brasilia, lugar al que ha sido enviado, y Río de Janeiro, donde ya ha encontrado un espacio más a su medida. De momento, sus amigos cuentan los días para su regreso. «Regresará, prometió compartir con nosotros el día de San Isidro». Y cuando lo haga, puntualiza Don Lucio, «lo primero que hará será comer unos huevos con patatas».
 

Sentida despedida
«Querido embajador:
Quiero expresarte, con mi inmenso afecto, la admiración por la labor que has llevado a cabo en España, por tu entrega en la defensa de nuestros dos países y por tu cercanía al pueblo español. Pocas personas como tú, han contribuido tan eficazmente al entendimiento entre España y Francia».

Esther Koplowitz