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Talento y reflexión por Arturo Reverter

Obras de Haydn, Beethoven, Schubert y Liszt. Piano: Evgeny Kissin. Ibermúsica. Serie Arriaga. Auditorio Nacional, Madrid. 22-X-2012.

La Razón
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Un auténtico clamor era el colmadísimo Auditorio al final del recital de este talento ruso, que a sus 41 años sigue conservando la lozanía que le impulsó y le caracterizó en sus años infantiles y juveniles, combinada ahora con el poso que da el transcurso del tiempo. No era para menos, ya que después de una fulgurante, precisa, bien construida y arrebatadora «Rapsodia nº 12», de Liszt, tocada sin un solo fallo, el pianista regaló tres bises a cuál más aplaudido: una melodía de los «Campos Elíseos» del «Orfeo y Euridice», de Gluck, arreglada por Sgambatti, pieza muy del gusto del artista, un «Estudio» y una recreación del lied «La trucha», de Schubert, ambos del propio Liszt.

Kissin podía haber seguido, pero afortunadamente se contuvo. No hay que abusar de los regalos. Antes habíamos podido disfrutar de una interpretación mesurada de cuatro «Impromptus», de Schubert, dos de la op. 90 y dos de la op. 142, en los que mostró algunas de sus más reconocidas virtudes: legato fino, sonido terso y blando, refinado fraseo, digitación impecable y estudiado control de dinámicas. Faltaron una mirada más rotundamente romántica, unos claroscuros más expresivos y una mayor agresividad en ciertos ataques, casi siempre dulcificados.

Porque Kissin es un instrumentista más contemplativo que dramático, más laxo que impulsivo, más reflexivo que inquieto, que prefiere tempi por lo general prudentes. El mejor ejemplo lo tuvimos en la infalible, desde un punto de vista técnico, versión de la «Sonata nº 32» de Beethoven, la última de la colección. En el «Allegro con brio ed appassionato», diáfanamente expuesto, echamos en falta una mayor concentración e intensidad; en la «Arietta», ese sublime «Adagio Molto semplice», con todo en su sitio, no hubo ese juego rítmico progresivo, esas acentuaciones a veces «jazzísticas» en alguna de las variaciones, que dinamizan el discurso y le conceden la necesaria tensión. De entrada escuchamos una primorosa «Sonata nº 59» de Haydn.