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Cayetana

La Razón
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Es la protagonista absoluta de la vida social española en estos momentos. Porque, claro, son mucho menos interesantes Zapatero en su nuevo papel de inspector de nubes o la Salgado, con ese puestazo de presidenta del BEI a la vuelta de la esquina. Cayetana es carisma en estado puro en medio de las buganvillas, los rosales y los limoneros del palacio de Dueñas, también entre los tapices y los Zuloagas, Tizianos o Riberas que cuelgan de sus paredes, o en la sala dedicada a los carteles de toros, donde algunos son de principios del XIX, o en el cuarto con el tablado de madera, donde a diario esta mujer inquieta y bohemia se entregaba a una de sus grandes aficiones: el baile flamenco. Hace tiempo que no la visito, pero tanto allí como en Liria he pasado momentos deliciosos, con su finísimo sentido del humor acariciando un alabastro «de mi tía bisabuela María Estuardo». Con Jesús Aguirre formó un tándem fabuloso: era mezclar talento con talento. La causticidad de él conjugaba perfectamente con la ironía de ella y era un privilegio compartir mesa con ambos. Echo en falta a Jesús; siempre he sostenido que hay personas con las que la mahonesa cuaja desde el primer momento y hay gente con quien la mahonesa no liga jamás. Con Jesús era como jugar un partido de ping pong: él me echaba una bola y yo se la devolvía. No sé cómo será Alfonso, pero el sentido del humor se le supone, como el valor en la Legión. De otra forma no podría estar al lado de esta mujer apasionante y bella, que no deja a nadie indiferente. Así son los grandes personajes. Tuvo veleidades taurinas y es ejemplo de española en estado puro. Yo, desde esta columna, le deseo un mar de felicidad, con el cariño y el respeto de siempre. Porque ella lo vale.