Ministerio de Justicia
Baltasar Garzón
Felipe González, junto a Carmen Romero, pasaban unos días en una finca toledana del Estado y José Bono les llevó al juez Baltasar Garzón. Era el talismán para una corrupción política desbordada, y allí se pactó que fuera de número dos por la lista socialista de Madrid y la posibilidad de hacerle ministro del Interior. No hay que irse el primero porque hablan a tus espaldas. Cuando se fue, Felipe comentó a Bono: «Se va a enterar éste de lo que es hacer política». El que fue ministro-abogado de González en Interior y Justicia, Belloch, el cochero de Drácula, se lo advirtió en público: «Este es mi tiempo, no el tuyo». Escaldado, Garzón pasó de epítome de la independencia judicial a eutrapelia de jueces perseguidos. A corta distancia es encantador (de serpientes) y le tuve por amigo, publicitándole. A largo plazo resulta que usa la política como escabel personal, que la fama le marea por su vanidad y que es adicto al dinero. De perseguir la X a husmear ilegalmente la G de Gürtel. Su vocación es la cucaña, y, ahora, un cargo internacional de relumbre. De émulo de los jueces italianos de las manos limpias ha quedado en fisgón escuchando tras las puertas.
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