Santiago de Compostela
Santiago de Compostela: la ciudad universal
Paradigma de ciudad universal por ser meta de peregrinación, no sólo religiosa, sino también cultural y gastronómica, Santiago de Compostela es uno de los rincones obligados de cualquier viajero que se precie. Sobran las razones. El destino quiso convertir a Santiago en el epicentro del mundo cristiano, por lo que iglesias, conventos, monasterios y capillas invaden las entrañas de la urbe. Sin embargo, todas las callejuelas nos llevan inevitablemente hacia la imponente catedral, alma de la ciudad. Basta poner un pie en la famosa plaza del Obradoiro para entender por qué, pues un inexplicable sentimiento de emoción nos invade. No es para menos, ya que la majestuosidad de lo que contemplamos nos hace sentir diminutos. Y la emoción se multiplica, si cabe, cuando cruzamos la puerta principal y nos adentramos en el interior de la nave central. Al fondo, el Botafumeiro espera impaciente la llegada de peregrinos para embriagar en la misa de las doce de la mañana cada rincón del espacio sacro con su aroma a incienso. Después, resulta casi obligado hacer cola y tener la oportunidad de abrazar al Santo. La experiencia es, simplemente, inolvidable. Si hay ocasión, y el vértigo lo permite, merece la pena subir las estrechas y empinadas escaleras de la torre y ascender hasta las cubiertas de la Catedral. De norte a sur y de este a oeste, con el cielo a un palmo, Santiago aparece aún más cautivadora y hechizante a los ojos del atónito viajero.
De nuevo con los pies en el suelo, la excursión por las rúas salpicadas de portalones se convierte en un regalo para la vista, el olfato y el paladar, pues es difícil negarse ante la tentación gastronómica que propone el centenar de locales del casco antiguo. Con una tarta de Santiago bajo el brazo, como mandan los cánones, y después de catar alguna buena ración de pulpo, el cuerpo nos pide meditar lejos del ajetreo del centro. El parque de la Alameda es el lugar idóneo para pasear y meditar sobre la jornada vivida. Sentados en un banco, con la catedral de fondo, Santiago queda grabado a fuego en la retina del viajero.
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