París
Capello no me des tormento
Malas compañías, por Lucas Haurie
Capello remontó seis puntos al Barcelona y le sopló el título de Liga sin Cristiano, Benzema y los 300 millones en fichajes de Florentino.
Con tropecientas jornadas aún por delante, el Madrid le saca tres puntos al Barcelona y los hagiógrafos vitorean a Mourinho como a Eneas al regreso de Troya. Convertidos anteayer al pragmatismo irredento, los cantores del madridismo oficial olvidan que el portugués, en su primera temporada, había soltado el bocado antes de llegarse al último tercio de Liga, pero a base de ciscarse en las pretensiones de «excelencia» del presidente y armar al equipo como Ormaechea a la Real Sociedad en Atocha. En 2007 y a la primera, Capello le remontó seis puntos al Barça, entonces, como ahora, vigente campeón de Europa, para soplarle el título en la última jornada. Y sin Cristiano, Benzema y los 300 millones en fichajes de Florentino, sino con Gago, Higuaín, Diarra, Reyes o un crepuscular Raúl como figuras.
Lo único que impide que Capello sea reconocido en España, como lo es en toda Europa, como el más competente técnico de las dos últimas décadas es su pecado original: dos veces vino al Real Madrid y en ambas cometió el error de asociar su nombre a presidentes con mala prensa, Lorenzo Sanz y Ramón Calderón. Igual que las Copas de Europa de Ámsterdam y París nada son en la historia oficial al lado de la volea de Zidane, se terminarán borrando de las enciclopedias las dos Ligas ganadas por el italiano en sus dos únicas temporadas en el banquillo madridista. Ningún entrenador iguala este dato. Si no se repiten errores arbitrales flagrantes como el gol que le birlaron en el Mundial contra Alemania, terminará sacando a la selección inglesa de su histórica mediocridad.
«Bunga-bunga», por María José Navarro
Si yo fuera inglesa, me preguntaría si el «catenaccio» indigno que vimos el sábado es lo que merece un combinado histórico.
Recuerdo que cuando Capello estaba en España (ganando Ligas sin necesidad de ser un faltón profesional) al italiano se le criticaba por su excesivo gusto por el Jabugo. «Menudo vividor –decían–. Se pasa todo el día en el Asador custodiando el jamonero». Yo pensé que, inmediatamente, aparecerían también algunos voluntarios para atizarle por sus marcadas patas de gallo, porque ya se sabe que en España más vale caer en gracia que ser gracioso. No seré yo la que aproveche la oportunidad para añadir que es un vivo que ha conseguido ser seleccionador inglés manejando tan sólo mil palabras en el idioma de las islas o que la flor que lucía la otra noche en la solapa era demasiado ostentosa y algo cursi. Ni mucho menos. A mí Capello me hace bastante gracia, entre otras cosas porque consiguió que el madridismo de nuevo cuño (esas generaciones que se suben al carro del ganador porque así la vida es más fácil) se quitara la careta y reconociera que los títulos los valora al peso; pero una cosa es que le encuentre divertido y otra, que me mole esa racanería casi patológica que imprime en la estrategia de los grupos que dirige.
Si yo fuera inglesa, esta mañana estaría preguntándome si es eso lo que yo quiero para mi selección, si me gusta asistir más veces a la demostración práctica de la ley del mínimo esfuerzo, si el «catenaccio» indigno que vimos el sábado es lo que merece un combinado histórico que representa a la patria de este deporte. El fútbol no le pondrá un monumento a Capello. Y a España, por este camino, se lo pondrá el fútbol-sala.
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