Cataluña

OPINIÓN: Un gran testimonio de amor a la Iglesia

La Razón
La RazónLa Razón

Este año es el bicentenario del nacimiento del carmelita catalán padre Francesc Palau i Quer, nacido en Aitona el año 1811, fundador de dos congregaciones religiosas muy presentes en nuestra diócesis y en la actualidad también en otros países: las Carmelitas Misioneras Teresianas y las Carmelitas Misioneras.
El padre Palau ingresó en el Seminario de Lleida a los 17 años donde permaneció durante cuatro años. Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz le fascinaron y por este motivo se hizo carmelita descalzo. A pesar de la conmoción vivida a causa de las disposiciones civiles sobre la exclaustración del año 1835, el padre Palau fue toda su vida un carmelita verdadero, y unió la vocación contemplativa al apostolado, en especial a la dedicación a la formación cristiana y a la ayuda a los enfermos.
En la vida del padre Palau i Quer destaca un valor muy admirable: fue un gran servidor de la Iglesia. El Papa Juan Pablo II, en la homilía de la beatificación del padre Palau, el día 24 de abril de 1988 en San Pedro del Vaticano, puso de relieve este riquísimo contenido de la vida y obra del nuevo beato. El Papa dijo que Francisco Palau hizo de su vida sacerdotal una ofrenda generosa a la Iglesia. Durante sus largas horas de oración –tanto en Aitona, como en un lugar de Ibiza conocido como Es Vedrà– siempre estuvo concentrado en el misterio de la Iglesia.
El beato padre Palau nos ha dejado unos escritos sobre la Iglesia que en opinión de muchos representan una visión que se adelanta –cien años antes– a la rica doctrina que sobre la Iglesia nos legó el Concilio Vaticano II. Él se dedicó al servicio de la Iglesia con entusiasmo porque la sentía como a una madre tierna y amorosa, y la amaba como a una esposa pura y santa.
En este sentido, el padre Palau es para nosotros, todavía hoy, un gran testimonio de amor a la Iglesia. Bien cierto, la Iglesia es nuestra Madre en el espíritu, porque nos ha engendrado a la vida de hijos e hijas de Dios, y ella alimenta esta vida con la Palabra de Dios, con la Eucaristía y con los otros sacramentos. Todos hemos de amar a nuestra santa Madre Iglesia, como amamos a nuestra madre, que nos ha dado la vida corporal. «Mi misión –escribía el padre Palau– consiste en anunciar al pueblo que tú, Iglesia, eres infinitamente bella y amable, y predicar que te amo». Y él era muy consciente de que en el amor a la Iglesia se realiza el gran mandamiento cristiano del amor a Dios y del amor a los hermanos.
En momentos como los que vivimos de indiferencia religiosa, de privatización de la religión, de poco interés por los valores y contenidos religiosos, todos corremos el peligro de perder el ánimo, de adormecernos, de reducir el espíritu misionero y evangelizador. En definitiva, de alejarnos del espíritu y del carisma del padre Palau que tanto han enriquecido a la Iglesia.
Francesc Palau i Quer fue sin duda un hombre de oración, un ermitaño –tanto en la conocida como la «Cueva del padre Palau» en Aitona, como en el lugar de Es Vedrà, en Ibiza–, pero a la vez fue un hombre de acción, en diversas iniciativas apostólicas, entre las que debemos destacar la famosa «Escuela de la Virtud», una catequesis de adultos que él impartía con una masiva asistencia, o el apostolado en la parroquia de San Agustín de Barcelona, cosa que le pidió el obispo Costa i Borrás.
La toponimia barcelonesa ha recuperado el nombre de Penitents con el que fue bautizado el centro asistencial creado por el padre Palau al pie del Tibidabo, en el que era entonces barrio de la Santa Cruz de Vallcarca.
Para las religiosas de las dos congregaciones por él fundadas y para todos en general, el bicentenario del padre Palau y el año jubilar que inauguramos en la catedral el pasado 29 de diciembre es una invitación a imitarle sobre todo en su amor a la santa Madre Iglesia.


Lluís MARTÍNEZ SISTACH
Cardenal arzobispo de Barcelona