Convenios colectivos

Después de

La Razón
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Después de la de Lisístrata y sus compañeras, aquella huelga de sexo contra la guerra que Aristófanes sacó de su imaginación, ninguna ha sido tan fantástica –en el sentido de fantasiosa– como la que nos han regalado Méndez y Toxo. Lo real de esta huelga han sido los cerrojos estropeados, los neumáticos quemados y los descuentos que, muy a su pesar, tantos trabajadores recibirán en la nómina porque no les han dejado llegar hasta su puesto. El resto es ficción, quimera, sueño, ilusión. Es quimérico que el Gobierno escuche a los sindicatos, porque ambos parten del mismo punto de vista: la reforma laboral está hecha contra las convicciones de Zapatero, le viene impuesta por la coyuntura internacional. Es un sueño el pretendido éxito de la huelga, porque todos sabemos que sin la coacción y la inutilización del trasporte habría tantos huelguistas como manifestantes un primero de mayo. Es, en fin, una ilusión pensar que todo lo que ha pasado estos días va a ayudar a crear uno solo de los cinco millones de puestos de trabajo que nos hacen falta. La huelga de Lisístrata acaba con todos jodiendo. Aquí, con todos jodidos. Ya avisó Cela de que no es lo mismo.