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Gitanos errantes

La Razón
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La ventaja de pertenecer a un país con ilustrada sangre gitana, artistas del yunque y el compás, concede cierta libertad moral para hablar de la raza calé sin pedir excusas a cada frase. España se entiende mejor con los gitanos y sin ellos a los españoles nos faltaría parte del subconsciente. En Francia no sucede lo mismo. Tampoco en Bélgica, Holanda, Alemania y Escandinavia, naciones donde lo romaní es una sombra al pie del camino o un penacho de humo en el corazón del bosque; tal como viene, se va, y no queda más rastro que un vago olor a inquietud. Pero esa condescendencia, a veces indiferencia y a veces prevención, está naufragando en medio de la crisis económica. A los pueblos atemorizados por la escasez se les agría el carácter y no descansan hasta dar con el culpable, que siempre es el más pobre, marginado y enigmático. Eso es lo que sucede ahora en Europa con los gitanos procedentes de Rumanía y Bulgaría. Con la ampliación de la UE se pusieron en marcha miles de caravanas trashumantes en busca de un lugar al sol más benigno. Por simple proximidad geográfica, Italia fue la primera en recibir la avalancha y reaccionó de modo expeditivo: expulsión pura y dura, sobre todo de aquellos que arrastraban un rosario de antecedentes penales. Ahora es Francia la que ha ordenado levantar el campamento, con el apoyo del 79% de la población. Mientras fumaron «Gitanes» y esa palabra no les evocaba más peligro que el cáncer de pulmón, los franceses se mostraron cálidos y amigables con el calé. Pero según parece, superado el vicio de fumar, también han dejado de asomarse al volcán de las cíngaras y de sucumbir al revuelo de sus faldas. Al llegar a este punto, al observador español se le plantea una duda razonable: ¿alguien se cree que los miles de gitanos repatriados forzosamente a sus países de origen se resignarán al destino del que huyeron hace tiempo? Por supuesto que no. Lo previsible, lo que sucederá muy probablemente, es que la mayoría oriente sus caravanas hacia el sur y busque en España el clima propicio que no ha encontrado en Europa. En ese caso, los recién llegados habrán de disputar el espacio a otros inmigrantes, muchos de ellos ilegales, y el pan a miles de parados. ¿Habrá entre los gobernantes alguno que esté sobre aviso del problema que llama a la puerta? ¿O se perderán todos ellos en ese discurso buenista de concurso de mises para encubrir su irresponsabilidad? Que España tenga sangre gitana no garantiza que con 4,5 millones de desempleados sea el mejor refugio para todos los gitanos expulsados de Europa.