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Postzapaterismo

La Razón
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El zapaterismo suscitará pasmo y asombro cuando se recuerde, dentro de algún tiempo, que su titular, Rodríguez Zapatero, gobernó durante ocho años España, uno de los países más antiguos y más ricos del mundo, un país que realizó además, a finales del siglo XX, una transición ejemplar a la democracia y desde entonces se convirtió en una sociedad ejemplarmente pluralista, abierta y dinámica. Para entenderlo, habrá que tener en cuenta algunas tendencias profundas, y menos positivas, que han marcado estos años.

Una de ellas es la de que cualquier cosa vale contra quien no piensa como yo, en particular contra «la derecha». Resultado de esta actitud es la degradación de la vida pública (y de la privada) y la sustitución del diálogo por el monólogo ante el espejo de los convencidos. Si cualquier cosa vale contra el Partido Popular, lo que se acaba teniendo es, como es natural, «cualquier cosa». Rodríguez Zapatero es la personificación de ese residuo, que no tiene inconveniente alguno en recurrir a lo que sea contra el adversario convertido en enemigo. El ejemplo más sangriento ha sido la manipulación de la memoria de la Transición, convertida en una consecuencia directa del franquismo con el designio de partir otra vez la sociedad española y aprovechar los réditos electorales.

Otra tendencia surgida en estos treinta años es la reconversión de los nacionalismos en protagonistas principales de la vida pública española. Los nacionalismos eran corrientes ideológicas y políticas minoritarias, tolerables y tal vez enriquecedoras en un sistema democrático… siempre que existieran al menos dos grandes partidos dispuestos a defender sus propios intereses, que son, en última instancia, los de la democracia española. Como en el PSOE han dado por buena cualquier cosa que impidiera el acceso del PP al poder, los nacionalistas, que representaban a una minoría reducida, tienen hoy la llave de la nueva constitución de España, que nadie sabe lo que podrá ser.

El PP no es capaz de reproducir la actitud del PSOE. Lo suyo habrá de ser la defensa y la continuidad de un régimen democrático que, en realidad, ha aguantado bastante bien las coces que le han dado todos estos años. Para eso se requerirá firmeza, y también una actitud distinta, que sirva para que los españoles comprendan que se puede gobernar de otra manera, sin odio, sin tierra quemada, sin la intransigencia como sistema y sin acuerdos infames como el del Tinell. En la tarea va incluido que el PSOE empiece a librarse de sus demonios. Quienes no estamos en el PSOE y no compartimos su actitud poco podemos hacer, se dirá. A ver de dónde sacamos nosotros un Tony Blair o un Clinton capaz de airear ese mundo cerrado...

Aun así, al PP le queda el camino, difícil y poco agradecido, de proponer todos los pactos necesarios, incluida, si se considera conveniente, la posibilidad de sacar adelante los próximos presupuestos. El postzapaterismo, si es que llega un día de estos, significará la recuperación de los ideales políticos de la Transición.