IVA
La hora de todos
Hace menos de dos años, cuando la crisis amagaba con llevarse por delante el sistema financiero mundial, se vertieron sobre nosotros, pobres mortales, toda clase de invectivas acerca de la naturaleza moral del desastre. Aquello era consecuencia de nuestra avaricia, de nuestra inconsciencia y de nuestra codicia. Debíamos volver a la austeridad y a la frugalidad. Los sermones no iban solos. Los acompañaba una propuesta de orden político que pretendía sacar las consecuencias de lo ocurrido. Así que también había llegado la hora de refundar el capitalismo, ese sistema económico basado en nuestros peores instintos. La crisis era una excelente oportunidad para salvar nuestras almas, pero también para rescatar del baúl de los recuerdos las políticas intervencionistas y expansivas. Volvían las teorías de Keynes, el economista que preconizó la salida de la crisis mediante el gasto público. Y con el sacrosanto keynesianismo, volvió el Gobierno. Los dirigentes políticos iban a salvarnos y con ellos llegaba también la hora de gastar a mansalva dinero público para reactivar la demanda. El gasto respaldado por la moral... ¿Qué más se podía pedir?El descrédito de aquella combinación –indigerible, ahora se puede decir– era cuestión de tiempo. Como no hay forma de seguir explotando una actividad económica exhausta, los gobiernos han recurrido a la deuda. Y la deuda, añadida al muy escaso dinamismo de la economía, en particular de las europeas, es insostenible y hace imposible la recuperación. Menos de dos años después del triunfo del nuevo socialismo, ha llegado la hora de la austeridad, como le ha ocurrido de pronto, sin proyecto y a la fuerza, a Rodríguez Zapatero. De Keynes al FMI en unos minutos, y del gasto sin control al recorte en cuestión de segundos. Curiosamente, ahora se escuchan menos las apelaciones a la frugalidad. Cuando la realidad ha demostrado que el despilfarro del dinero público (es decir, del esfuerzo de la gente) contribuye a la ruina de todos, ya no se estilan los preceptos morales y se opta por un argumentario más tecnocrático y neutro. ¿Por qué será?Da la impresión de que nuestros dirigentes, haciendo gala de una indigencia de espíritu que contrasta con la opulencia en la que viven, no quieren resucitar ese fantasma cuando, con el final de la era de dispendios que propició la crisis, les ha llegado a ellos la hora de frenar sus gastos y no saben cómo hacerlo. Y sin embargo, este, justamente, es el mejor momento para elaborar una posición razonada acerca del fundamento moral de nuestra acción, la pública y la privada. El sueño salvífico de la clase política, que creyó que lo podía todo, se derrumba por momentos. Pero también se ha derrumbado la idea de que podemos seguir endeudándonos sin tasa en nuestra vida privada. Es evidente que hay que trabajar más y gastar menos. Mucho, por cierto. El descrédito de los políticos seguirá creciendo hasta que a alguno se le ocurra pensar que se puede decir la verdad, por lo menos en parte, e incluso actuar en consecuencia.
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