Ministerio del Interior
Tomando café
Conforme a su genio puntiagudo, con vetas de Fouché, al ministro del Interior se le ha de reconocer la sofisticación y dispensa de la lucha sicológica contra ETA. Así, tras la caída del asesino de Pagaza, Interior ha repicado el mensaje central de Pérez Rubalcaba a la sociedad (ese por el que los terroristas cumplen un ciclo biológico ineluctable: nacen, crecen, se afilian a ETA y son detenidos y encarcelados) propagando con tino el poderío de un diestro cuerpo de Policía. El mismo cuerpo que, estando bajo sus órdenes, se resta importancia y describe como una acción rutinaria, propia de su nivel actual de eficacia, casar el ADN hallado en el borde la taza de un café bebido en 2003 con el del encontrado en un reciente control de alcoholemia y proceder al correspondiente enchironamiento. La narrativa de la acción policial es deslumbrante: Rubalcaba ha logrado proyectar un control aritmético, incluso futurista, de las malandanzas etarras. Serían fichas en un cuadrante y este cuadrante cabe en un folio. Toda la recurrente fraseología sobre la «profesionalidad-de-los Cuerpos-y-Fuerzas-de-Seguridad-del-Estado» resulta menor ante la expresividad de los detalles de la detención del último etarra: en un caserío, en una esquina o en una gasolinera, mientras concilia descuidado su vida de asesino con la aparente normalidad de los quehaceres, está siendo minuciosamente vigilado y tienen registrada, con la nitidez de su número de DNI, hasta la taza donde alguna vez tomó un puto café.
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