Albacete
Hierro puro
V oy a decirles a Vds. una cosa sobre Canarias: hacen muy bien en no haber ido nunca. Si a estas alturas no han sido capaces de echarle un vistazo al archipiélago, si después de toda la vida que llevan Vds. en la Península no han hecho ademán de acercarse, debería prohibírseles pisarlo. Si son Vds., sin embargo, de los que se han limitado a pasar una semana en un hotel de Tenerife o de Gran Canaria sin alquilar un cochecito, sin darse una vuelta, sin curiosear, agarrados como garrapatas a la pulserica del «All Inclusive», es casi peor: no tienen perdón de Dios.
Podría ser la muerte, efectivamente, podría darse la circunstancia de que fueran los típicos turistas que se dedicaran a llevarse piedras del Teide, a lanzar monedas a los cangrejos albinos de los Jameos del Agua, a pegar voces en las cuevas de lava o a quejarse porque los apartamentos dicen estar en primera línea de playa y resulta que están algo retirados de la orilla o porque no hay más túneles horadando montañas y se marean los niños con las curvas.
Si Vds. se reconocen, háganos a todos un favor: no vuelvan. En serio, no regresen. A Vds. les da igual porque encontrarán un montón de parajes donde dar la turra, dejarán al resto en paz, y evitarán que me haga nacionalista canaria, que sería algo ciertamente curioso siendo servidora de Albacete.
Les digo todo esto porque ya saben cómo están las cosas por El Hierro. Todos los habitantes de La Restinga están perdiendo dinero y posibilidades de sacar adelante sus negocios y estaría muy bien que pudieran recuperarse para seguir apostando por esa isla, que es especial. Todas las Canarias lo son, la verdad, y el que no quiera descubrirlas está en todo su derecho. Se perderán los frondosos bosques de La Palma, el humor volcánico de Manrique en Lanzarote, la arena y el agua de Jandía en Fuerteventura, el pegote menta y chocolate de La Gomera, el interior de Gran Canaria (desconocido y lindísimo) o la vista de Garachico desde lo alto en Tenerife. Y al fondo del todo está El Hierro, que, geológicamente, es la isla más joven y de ahí el follón de magma que bulle en sus proximidades. De hecho, la forma herreña es la de un valle, resultado de un deslizamiento. Aquí sí que les voy a pedir que no vayan. No vayan si no están dispuestos a parar sus relojes, a aceptar las reglas de los herreños, las de sus pescadores, las de sus dos semáforos, la de sus mayores, que aún ejercen de muro de contención contra el ruido. No vayan a una isla donde se puede bucear con los peces confiados. No vayan a tocarlos, no vayan a molestar su reserva. El Hierro tiene sus reglas y ahora las marca un volcán. Ni más ni menos.
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