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Con cianuro en los labios

Goering fue el segundo en la jerarquía del Tercer Reich y el único procesado en Nuremberg que no se dejó ahorcar: antes mordió una cápsula de cianuro 

Goering habla con Joachin von Ribbentrop durante el proceso de Nurembert; a su lado está Rudolf Hess
Goering habla con Joachin von Ribbentrop durante el proceso de Nurembert; a su lado está Rudolf Hesslarazon

Las noticias se propagaban rápidamente en la cárcel, así que el condenado se enteró de que la ejecución tendría lugar el 16 de octubre a la una de la mañana. La noche del 15 de octubre le solicitó al pastor Gerecke que le diera la comunión y la bendición de la iglesia luterana, pero el capellán se negó, argumentando que Goering no había dado la más mínima señal de arrepentimiento o de tener ninguna fe en Dios. Hacia las ocho de la tarde, el teniente John W. West se presentó para la inspección diaria, esa noche fue especialmente estricta: «Todos los efectos personales fueron inspeccionados, le quitaron las sábanas de la cama y las sacudieron, le dieron la vuelta al colchón, y no se encontró nada».

Cuando se hubo ido, el prisionero se recostó totalmente vestido en su catre y se quedó absorto en un libro de la biblioteca que se titulaba «Las aves migratorias de África». Poco antes de las nueve de la noche, se levantó, ordenó su celda, se puso su pijama, se acostó, se cubrió con las mantas y aparentó dormitar. A las nueve y media, el doctor Pflücker entró en su celda para darle su somnífero habitual, estuvo hablando con él durante tres minutos, le dio un apretón de manos y volvió a salir. Con ocasión del cambio de guardia, a las diez y media de la noche, el soldado Harold F. Jonhson vio a Goering acostado de forma reglamentaria boca arriba, con las dos manos bien visibles sobre la manta. A las once menos veinte, lo vio girarse hacia el muro y, a continuación, tras unos dos minutos, retomar la postura inicial. No obstante, a las 22:47, el soldado observó que el cuerpo del prisionero se había tensado y que una especie de soplido ahogado se escapaba de sus labios. Johnson alertó al sargento de guardia, quien entró en la celda al mismo tiempo que el pastor Gerecke, seguido del doctor Pflücker y del teniente de servicio. Todos tuvieron que rendirse ante las evidencias. Hermann Goering estaba agonizando. El doctor Pflücker constató cómo se le debilitaba el puso, y cómo éste terminó desapareciendo; su rostro adoptó un color grisáceo, y al final sus rasgos se quedaron fijos. Al bajarle la manta para sentir lo latidos del corazón, el doctor encontró en la mano del moribundo una carta que contenía varias hojas de papel dobladas y un casquillo de latón, de calibre 9 mm, que a todas luces había sido utilizado como recipiente de una ampolla de cianuro. El médico estadounidense, Charles J. Roska, quien llegó sobre las once la noche, en efecto encontró restos de cristal en la boca del cadáver, tras haber notado en la celda un fuerte olor a almendras amargas.

Hermann Goering, ese hombre que tan parlanchín había sido durante su vida, quiso seguir siéndolo después de la muerte; el sobre contenía cuatro cartas. La primera de ellas estaba dirigida al coronel Andrus, su bestia negra, al que había apodado «el capitán de los bomberos» debido al casco deslumbrante que siempre llevaba puesto. Esa carta fue evidentemente ideada para darle en las narices; en ella afirmaba que había tenido tres cápsulas de cianuro cuando tuvo lugar su captura: la primera le había sido confiscada en Mondorf; siempre había llevado consigo la segunda, sin que las inspecciones la revelaran jamás, la última todavía estaba en su neceser de baño, disimulada en un bote redondo que contenía crema para la piel. Y concluía: «Ninguna de las personas encargadas de las inspecciones es responsable, ya que hubiera sido casi imposible encontrar las cápsulas. Eso hubiera ocurrido por simple azar». La segunda carta, redactada en un papel cuyo membrete decía «Reichsmarschall del Gran Reich alemán», estaba dirigida al Consejo de control aliando (...). La tercera era para el capellán (...). La última carta por supuesto, era para su esposa. (...)

Cómo se hizo con la ampolla
A todas luces, ese arrogante pagano se había creado un aura de divinidad sin límites. En cualquier caso, podemos observar que esas cuatro cartas, inmediatamente confiscadas por el ejército estadounidense, llevaban fecha de 11 de octubre, lo que le añade un enigma más a todo el resto: admitiendo que no hubieran sido fechadas con anterioridad, ¿cómo puede ser que esas misivas pudieran haber sido pasadas por alto a lo largo de los últimos registros? Y sobre todo, ¿cómo se hizo Goering con la ampolla de cianuro? El argumento de acuerdo con el cual la habría tenido siempre guardada en su celda no se puede sostener: habría sido inevitablemente descubierta a lo largo de sus catorce meses de cautiverio. La ampolla fatal sin duda alguna no provenía del exterior de la cárcel, ya que el casquillo era rigurosamente idéntico al tercero, que efectivamente encontrarían tras la muerte de Goering en el neceser del baño que éste había indicado, el contenido dentro de una de sus maletas azules guardada en la habitación de equipaje. La hipótesis más verosímil era por tanto que un oficial que hubiese tenido acceso a dicha habitación, muy probablemente el teniente Wheelis, extrajo de allí la segunda cápsula, que también habría estado disimulada en una de las maletas, y se la habría entregado en el último momento. Pero la auténtica verdad sin duda alguna no la sabremos nunca.

A la una de la mañana del 16 de octubre de 1946, los otros diez condenados fueron ahorcados desde un punto alto utilizando una cuerda corta en el gimnasio de la cárcel. Joachim von Ribbentrop obtuvo la prioridad, que le fue concedida «in extremis» por su viejo rival Hermann Goering. A las 2:40, todo había acabado. Los diez cadáveres fueron reunidos en una habitación contigua e inspeccionados por los representantes de las cuatro potencias, quienes firmaron los certificados de defunción; éstos fueron a continuación fotografiados para los archivos del ejército estadounidense, enrollados en unas telas para colchones, y los depositaron en los féretros junto con las cuerdas que habían utilizado para colgarlos.

François KARDESKY

 

Ficha
Título del libro:  «Goering. El segundo hombre del Tercer Reich».
Autor: François Kersaudy.
Edita: La Esfera de los Libros
Fecha de publicación: 13 de enero de 2011.
Sinopsis: Hermann Goering fue un héroe de la Primera Guerra Mundial, pero su vida dio un vuelco radical cuando conoció a Hitler en el año 1922. Dandy, diletante adicto a la morfina, delincuente ocasional, mundano, orador que se hacía notar y conspirador de taberna, acabó siendo el segundo en el escalafón del Tercer Reich. Fue presidente del Reichstag, ministro del Interior y ministro del Aire, y responsable del ascenso de nazismo y de los errores militares que le llevaron a la derrota final. El autor de esta monumental biografía ha firmado también las de De Gaulle, Churchill, Roosevelt o Lord Mountbatten.