Artistas
El azote por María José Navarro
Como mañana es el Día Internacional de la Infancia y a pesar de que a servidora le espantan esas fechas tan políticamente correctas, hoy va la cosa de niños, hojaldre. De niños y de sus padres, que es una combinación explosiva y que da para mucha grima. Se ha reunido un grupo de científicos muy serios a los que les encanta sacarnos pegas y han concluido, después de concienzudos análisis y de subirse mucho las gafas con el dedo corazón, que a los españoles se nos va la mano con los críos. El Estudio sobre la Paternidad, que incluye las conclusiones sobre los modelos educativos de veinte países del mundo, asegura que el pescozón es la manera en la que los padres se expresan deliberadamente por lo menos diez veces al año. Diez veces al año es menos de uno al mes, pero a estos psicólogos les ha parecido mucho porque se decantan por el razonamiento verbal, que, como todo el mundo sabe, es completamente inútil.
Primero, porque cuando ya te han sacado de tus casillas es dificilísimo serenarse y, segundo, porque les suele dar igual. Ojo, que no estoy haciendo apología del sopapo, ni mucho menos, pero tampoco es para tanto, y lo sé de buena tinta: a mí mi madre me atizaba algún zapatillazo muy certero y a mucha honra. La mujer la tenía muy suelta y la manejaba con tino. Me atrevo a decirlo porque la susodicha no estará leyéndome, que estará en la piscina climatizada nadando como si fuera bielorrusa, porque si oye que estoy contando en público que me iba a la cama caliente de manera habitual me pone el trasero como un acerico. Recuerdo una vez que me estuvo persiguiendo alrededor de la mesa camilla y a mí me dio por gritar como un cochino en la matanza, así que subió mi vecina Sara (que era de Marruecos y en el bloque era «la mora») a interesarse por mí. Mi madre estuvo una semana sin salir a la calle de la misma vergüenza y sin quitarse la pantufla. Bien es verdad que las aguas volvieron a su cauce pasados siete días, pero, a partir de ese momento el atice fue en voz baja.
Pasados los años la verdad es que se pone una a pensar en lo insoportable que era, en lo desesperante que llegaba a ser, en lo rebelde sin causa ninguna, y se alegra de haberse llevado algún tantarantán. «En la cabeza no, que está estudiando». Bueno, pues ni eso. Y aquí estoy: igual de idiota que en el momento del parto.
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