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Aliento literario (y IV) por José Luis Alvite

La Razón
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A su maldita vanidad le deben algunos escritores la pretensión intelectual de considerar que podrían cambiar la sociedad con el contenido de sus obras. Tendrían que recapacitar y darse cuenta de que el mundo sólo lo cambian el dinero, los seísmos y las guerras. A veces puede uno conseguir un texto sensible, ideal para que una mujer le abra sus brazos, pero la verdad es que la experiencia me dice que incluso para esas conquistas la pluma es menos determinante que el bolsillo. La verdad es que mi aspiración desde que escribo no ha sido otra que la de conseguir con mi trabajo el dinero que podría necesitar para pagar los servicios de la preciosa e iletrada chica del burdel. Jamás he creído en la fuerza social de la literatura, ni en su capacidad para modificar siquiera algunos rasgos elementales del pensamiento de los hombres. Conocí a un viejo y prestigioso profesor de Literatura que era muy escéptico al respeto y estaba seguro de que el esfuerzo de pensar a lo que conduce sobre todo es a romper la ropa por los codos. A eso, sí, y también a disfrutar de las vacaciones sin el menor entusiasmo recreativo y con cierta desgana existencial. Pensando en impresionarla, en una ocasión le hablé a una fulana de Sófocles, de Eurípides y de Schopenhauer. Al cabo de un rato de silencio, me interrumpió y aclaró las cosas: «Eres un buen tipo, pero, ¿sabes?, creo que serías más feliz si no salieses con gente tan mayor». Me quedó entonces claro que en el mundo en el que me apetecía vivir, la erudición me abriría menos puertas que la experiencia. Yo sólo aspiro a que mis lectores disfruten con lo que hago. No pretendo influir en nadie. Siempre supe que la literatura sirve sobre todo para desarrollar culo de taxista.