Francia
El márketing de la Historia por Ángel J SÁNCHEZ NAVARRO
Hace ya casi 150 años que uno de los mejores periodistas británicos de su tiempo, Walter Bagehot, explicó de forma difícilmente mejorable el funcionamiento de «la Constitución inglesa». A su juicio, «toda Constitución debe, primero… conquistar la lealtad y confianza de los ciudadanos, y luego emplearlas en las tareas de gobierno». Y, a tal efecto, agrupaba todas las instituciones inglesas en dos categorías: unas componen la «parte venerable» (dignified) de la Constitución, que le aporta autoridad al suscitar el respeto ciudadano. Mientras que «las partes eficientes» (principalmente, el Parlamento y el Gabinete) permiten el ejercicio efectivo del poder.
En este esquema, la Corona ocupa el núcleo de la «parte venerable» de la Constitución, y su utilidad «es incalculable». En palabras del mismo Bagehot, «la Monarquía es una forma de gobierno sólida porque es inteligible» para todos. Aunque la función del Monarca no sea la de gobernar, lo cierto es que la «personalización» del poder del Estado, su identificación con una persona, explica su fortaleza, y justifica su configuración como «símbolo» de la «unidad y permanencia» del Estado, en los términos que utiliza nuestra Constitución. Una cualidad simbólica que permitió a otro autor inglés, Lord Morrison, afirmar que «cuando el pueblo aclama a la Reina…, está aclamando nuestra libertad y nuestra democracia».
Además, esta personalización del poder del Estado resulta especialmente eficaz en la «aldea global» contemporánea. Por eso, la «boda real» entre el Príncipe Guillermo de Inglaterra y Catalina Middleton ha vuelto a poner de manifiesto la paradójica modernidad de la Monarquía británica. Según las estimaciones, cerca de 2.000 millones de personas (el triple de los que siguieron la final de la Copa del Mundo de fútbol ganada por España) han seguido una ceremonia para la que se han acreditado más de 8.500 periodistas de todo el mundo. Un evento mediático difícilmente comparable a cualquier otro que revela el interés que la Monarquía despierta y el valor de una «imagen de marca» que ni el mejor especialista en marketing, político o no, hubiese podido soñar.
Esa marca ha sido acuñada por el lento discurrir de la Historia. Si en otros muchos países próximos (como Francia, Italia o Grecia), la Monarquía no pudo sobrevivir a momentos políticos difíciles, la Corona británica ha demostrado una notabilísima capacidad de conectar con su pueblo (como recordaba recientemente el cine, en la oscarizada «El discurso del Rey») y de adaptarse a los cambios. Y ello, sin perder su eficacia «venerable»: según una encuesta para «The Guardian», el 67% de los británicos cree que la Monarquía desempeña un papel relevante en la vida de su país, y un 63% considera que la situación sería peor sin ella. Es más: un 57% piensa que dentro de 50 años Gran Bretaña seguirá siendo monárquica, si bien «sólo» un 40% confía en que subsista un siglo, hasta 2111.
Así las cosas, los hechos parecen desmentir el conocido augurio atribuido al Rey Faruk de Egipto cuando, poco después de abdicar, vaticinó que en el futuro sólo quedarían cinco reyes: los cuatro de la baraja y la monarquía británica. Actualmente, sólo en la Unión Europea sobreviven siete Monarquías, y acontecimientos como los de hoy muestran su capacidad de pervivencia… mientras que numerosos regímenes auténtica o sedicentemente republicanos descubren el valor de la «marca» y algunos apellidos comienzan a repetirse en el poder, al modo de auténticas dinastías.
Ángel J. Sánchez Navarro
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