Escritores
El alma y la llave
Están próximas las vacaciones. Recuerdo haberlas esperado con ansia, desbordado por la fatiga del trabajo, casi siempre necesitado de interrumpir por unos días la enloquecida dinámica de la vida caótica que solía llevar. Aprovechaba entonces la pausa laboral para reponer fuerzas, echarle un vistazo a la familia, recontar los amigos supervivientes de las furiosas cribas del invierno y reponer en lo posible los destrozos, si es que aún llegaba a tiempo y quedaba algo que pudiese salvar. Repetí muchas veces «in extremis» la liturgia del salvamento hasta que un verano me di cuenta de que hay naufragios de los que sólo vale la pena salvar el agua. Entonces renuncié al socorrismo, apreté los dientes y salí de casa para nunca más volver. Fue una decisión en apariencia fulminante, aunque a bordo nadie dudaba de que la nave iría a pique si alguien no asaltaba por babor a tiempo de evitarlo. Y salté yo, no porque fuese el más valiente, sino, lisa y llanamente, porque ya estaba acostumbrado a estar en el agua. Por culpa de mi mala conciencia, aquel fue mi verano más amargo en mucho tiempo. Pero gracias a la miserable situación económica en la que me vi hundido hasta el cuello, aquel fue también el verano en el que descubrí que un hombre percibe mejor el valor de la libertad si no hay muebles que se interpongan en su camino al levantarse por la noche al baño. Aquella situación invertía a peor el trazado económico de mi vida, es cierto, pero me sirvió sin duda para comprender que la pérdida del dinero es una conquista admirable si va acompañada de la pérdida del pudor. Fue así como perdí muchas de las referencias ornamentales de la educción recibida y me volqué en vivir hasta sus últimas consecuencias una existencia al borde del caos en un ambiente en el que las vacaciones de los tipos crudos coincidían con su estancia en prisión. Fue aquel un verano por muchas razones inolvidable. Y aunque me joda admitirlo, fue así como comprendí que un hombre sólo se siente verdaderamente libre cuando además de no importarle el desperfecto moral de peder su alma, se puede permitir el lujo social de arrojar a la alcantarilla las llaves de su casa. Lo que cuenta es conservar en buen estado el equilibrio entre la mente y el cuerpo. Y yo ahora sé que a mantener a raya la conciencia ayuda mucho que te funcione con regularidad el vientre.
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