Bruselas

Los independentistas flamencos empujan a Bélgica a la división

Bélgica vivió ayer el enésimo «momento de la verdad» de su historia reciente, oscilando ya más cerca de la ruptura que de la reforma, desde que en abril el todavía primer ministro en funciones, Yves Leterme, disolviera el Gobierno por la falta de entendimiento entre las dos principales comunidades del país: los flamencos del norte y los valones francófonos del sur.

El líder de los democristianos flamencos, Wouter Beke, explica a la Prensa sus reticencias a la propuesta del mediador
El líder de los democristianos flamencos, Wouter Beke, explica a la Prensa sus reticencias a la propuesta del mediadorlarazon

Ayer, la propuesta del último mediador elegido por el rey Alberto II, el socialisa flamenco Johan Vande Lanotte, fue herida de muerte por los principales partididos políticos, especialmente por los independentistas flamencos. Y eso que el texto recogía algunas de sus demandas, como la cesión de competencias en empleo o un incremento del porcentaje de las arcas federales destinado a las regiones, un 26%.

Bart De Wever, líder de la Nueva Alianza Flamenca (N-VA) y ganador de las elecciones del 13 de junio, calificó de «fundamentales» las objeciones de su partido, mientras que Elio Di Rupo, líder de los socialistas francófonos (los más votados en Valonia), definió su postura como la de «un sí con condiciones».

Lejos de un acuerdo

Según la televisión pública francófona RTBF, los socialistas consideran la propuesta de Vande Lanotte «un buen punto de partida» para seguir negociando, si bien creen necesario retomar ya las conversaciones para conseguir un acuerdo «equilibrado». De Wever, sin embargo, condicionaría proseguir con las negociaciones sobre el texto a que el resto de formaciones escuchase y aceptase sus reservas al mismo.

También enrocado en su posición se mantienen los democristianso flamencos de la CD&V, cuyo líder, Wouter Beke, afirmó que «antes de sentarse a negociar conviene hacer algunas precisiones al texto, capítulo por capítulo».

Esta última propuesta se había mantenido en secreto para evitar que el debate público erosionara la tarea por formar un Gobierno largamente esperado por los belgas desde hace 207 días, y que mañana batirá el récord europeo de sus vecinos holandeses: 208 días sin Ejecutivo en 1977.

Y aunque la división del país no es compartida por la mayoría de los flamencos, y aún menos por los valones, las líneas rojas trazadas por De Wever, en temas como la cesión de fondos, competencias como el empleo y asuntos sociales o la polémica cuestión de Bruselas han impedido la creación de un Ejecutivo justo cuando Bélgica más lo ha necesitado.

El país concluyó su semestre al frente de la UE en diciembre dirigida por un Gobierno en funciones, y su falta de liderazgo para poder pasar reformas estructurales han colocado al Estado en la diana de los mercados financieros, cuya presión ya ha encarecido su prima de riesgo y ha llevado a que la agencia de calificación Standard and Poor's amenace con rebajar la nota de sus bonos.

Dominadores históricamente, el proceso de desindustrialización empobreció a los valones, que se beneficiaron de un Estado empujado por la dinámica comunidad flamenca del Norte, un 60% de la población. El malestar de los flamencos ha llevado a que, desde finales de los sesenta, el país camine hacia la división de las comunidades, primero cultural y luego políticamente, derivando en la creación del Estado federal en 1993, aún por culminar por la falta de habilidad y voluntad de su clase política, lo que se ha llevado a varios Gobiernos por delante. El último de ellos el de Leterme, que ya dijo que lo único que tienen en común los belgas son «el rey, la selección nacional y algunas cervezas».