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Constitución y Gobierno del PP por Francisco Rodríguez Adrados

No es genial lo que propone Rajoy, ni lo pretende: sólo poner como objetivo una economía normal y el conocimiento y la cultura y la disciplina

La Razón
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La Constitución del 78 hizo posible la democracia en España y la sigue haciendo posible ahora mismo. El cambio de gobierno se ha hecho en forma modélica, después de tanta virulencia –y de tanta ceguera igualitaria– y de tanto prohibir, prohibir y prohibir.
Ya se vio en las últimas elecciones: toda esa ceguera y tolerancia de los abusos llamados nacionalistas no ha impedido que una mayoría haya visto que aquello no podía seguir así y ha dado la mayoría absoluta al partido que proclamó exactamente esto. Y prefirió la sensatez y el estudio de los problemas al talante, la improvisación y los prejuicios.

La sesión de investidura del presidente ha seguido esa tónica. Libertad de palabra, claro, pero con un sentido de sensatez. Incluida la respuestas a Amaiur: que no les debemos nada, terror y sangre es lo único que nos han traído. E igual ha sido modélica la toma de posesión del nuevo Gobierno.

Pero quizá lo mejor ha sido la negativa de Rajoy de dar en estas circunstancias más ventajas económicas a Cataluña. Le ha costado a Rajoy el que Convergencia votara en contra de la investidura, pero ha valido la pena la resistencia al chantaje: se puede decir «sí», pero no si esto no significa que va a haber tras cada sí una petición de otro cada día.

Estos partidos catalanes siguen con la misma política de siempre, la que tanto nos dañó y les dañó en los años treinta y que ensayan ahora una y otra vez, pese a que nunca han tenido, en el conjunto de Cataluña, una mayoría de votos. Honrar las tradiciones de la tierra es admirable, pero no lo es sacar de ellas consecuencias como la violación de la Constitución desde el primer día, el lloriqueo constante, el negar el pan y la sal a los demás. Suerte de Rajoy la de no necesitarlos en el Gobierno como en el 96, cuando inutilizaron la mitad de sus iniciativas, fueron como un freno a todo. Pero deberían suprimir esa exigencia imposible que todo lo envenena.

Un entendimiento con España es posible y positivo, pero una nación indepen­diente que sea sostenible exige hoy un peso de poder, un volumen de población y de posibilidades que no están al alcance de ese proyecto. No basta con poner «embajadas», derrochar dinero en propaganda y abrir boquetes en la Constitución: en los temas que se sabe y, en definitiva, en el de la igualdad.

Ahora el PP parece que ha aprendido, desde cuando, incluso habiendo logrado la mayoría absoluta en 2000, en sectores como el de la Educación no logró avanzar nada. Con ello, desde el comienzo de la democracia hemos tenido una educación de bajo nivel –y aun así– no se logra dar el aprobado sigue el fracaso escolar.

En este tema y en otros más, los gobiernos no se atrevían a mantenerse firmes en defensa de lo que habrían debido defender.

No es genial lo que propone Rajoy, ni lo pretende: sólo poner como objetivo una economía normal y el conocimiento y la cultura y la disciplina. Y dejar, si es posible, tantas rebajas, tanta inanidad, tantas vistosas reformas que salen del caletre de gente ignorante.
Me acuerdo del programa de Adenauer, por los años cincuenta, cuando yo estaba en Alemania: «keine Experimente», es decir, «nada de experimentos». Salvó a Alemania.
A ver si volvemos a ser un país normal, competitivo, el país que, tras sus baches, progresaba, libre de tópicos que favorecen el descenso y el fracaso.
Lo sucedido es un ejemplo, entre muchos, de los resultados de los experimentos de los socialistas en busca de la felicidad, los conservadores les siguen a veces por no ser menos, por atraer votos también.
Sí, eran deseables y factibles ciertas propuestas de elevación de todos en sectores mil. Pero este programa lo han hecho ya suyo prácticamente todos. Los socialistas han tenido que quedarse con la parte peor del programa: forzar la igualdad de lo que es naturalmente desigual, más mil extravagancias bautizadas como igualdad, y la búsqueda a cualquier precio de aliados peligrosos que traigan votos.

¡Vaya éxito para D. Carlos Marx, que comenzó escribiendo cosas sobre Demócrito y al final lo que hizo fue promover, desde el British Museum, un pande­monio que nos ha llevado al empobrecimiento universal! A las revoluciones, al comunismo, a los anticomunismos igualmente peligrosos y, al final, a pactar con ETA, tras negarlo.

Veremos en qué queda todo esto. Esperemos lo mejor, pero no toleremos jamás imposiciones.

Pues bien, aunque entre nubarrones, al final brilla otra vez la esperanza que pusimos en nuestra democracia.

Saludémosla, pero sin olvidar los fracasos y los sufrimientos traídos por la política-camelo. Aquella a la que una vez oí al alcalde de Itaca (socialista, por lo demás) llamarla en su griego trellón «pragma», cosa de locos.

Debe dejar de serlo, escarmentar de muchas cosas. Aprender de los fracasos. Los hombres llevan en su naturaleza la facultad de aprender y de cambiar. La historia lo ha mostrado muchas veces: los desastres son reparables. Sólo hace falta mente sana.

 

FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS
De la Real Academia Española