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A Ricardo Sánchez por Víctor M Paílos
Me he acercado al testimonio de tu vida, pacientemente inspirada por una vocación que bien pudiera ser espejo de todas las vocaciones humanas, de lo sagrado que llama siempre de muchas maneras y a lo que no sabemos nunca del todo cómo responder. Eres pintor de la figura y de la luz, esas dos realidades que, mientras se mantienen unidas, parecen no necesitar la una de la otra, parecen ser la figura toda ella forma y la luz toda ella claridad.
Pero sólo tú sabes cómo se necesitan, cómo ni la figura sin luz ni la luz sin figura se pueden manifestar. Y es esta necesidad recíproca la que te ha hecho artista porque artista es todo aquel que siente no la necesidad de serlo, sin más, sino la de serlo y no serlo a la vez. Cuanto más siente uno la necesidad de engendrar en la belleza -que diría Platón-, tanto más desearía no sentirla porque se ve incapaz de expresar lo que desea. Pero esta pugna entre la figura y la luz, entre el ser puro y la necesidad de ser lo que uno está llamado a ser en la vida, no se resuelve finalmente sino en el misterio del dolor y del trabajo.
Misterio redentor por excelencia, como bien supieron los griegos que expresaron con una misma palabra las dos cosas, el dolor y el trabajo. No hay revoluciones en el arte, nos recuerdas, porque la vida del artista, como la del poeta, es un diálogo incesante entre la figura y la luz, entre la forma de lo que ya la tiene y la luz que, por ser nueva cada día, ha de buscar una forma en la que posarse, desde la que iluminar el mundo.
En estos tiempos de experimentación en todo, de crisis universal, tu sabiduría de castellano viejo nos ha devuelto el silencio que esperan de nosotros los cuadros y las vidas siempre que los miramos.
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