Granada

La voz de los parados

La Razón
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Sigo con el tema del paro, que inicié la semana pasada. No puede sernos, en absoluto, –no nos es– indiferente realidad tan dura, crucial y decisiva. Es preciso ofrecer respuestas a la voz tan paciente de los parados. Con palabras de nuevo de Mons. Antonio Palenzuela, reconozco que «sin duda serían necesarias profundas reformas de la sociedad (reformas económicas, un nuevo orden en la economía y en el ámbito laboral), nuevas formas de trabajo y, sobre todo, un rearme moral para poder repartir las cargas que trae consigo la necesaria revolución tecnológica. Pero aunque nuestros esfuerzos individuales sean bien poca cosa para remediar tanto mal, quienes hoy carecen de trabajo nos apremian para que los ayudemos a llevar su carga y les mostremos así nuestra solidaridad». Un ejemplo y testimonio maravilloso, una ayuda valiosísima y hasta imprescindible como estamos viendo y palpando, lo están ofreciendo eficazmente las familias y la obra de Cáritas –nacional, diocesana o parroquial (la Iglesia)–. Sin las familias y sin las Cáritas de manera muy principal –no olvido ni omito otras instituciones con su importante aportación– la gravedad del paro y la crisis económica que nos envuelve serían sin duda mucho más lacerantes todavía. Familia y Cáritas están siendo un notable paliativo, no sólo digno de encomio, sino merecedor, además, de reconocimiento público y de apoyo por parte de quienes deben apoyarlas.

«Los hombres y mujeres en paro agradecen cuanto se haga por sacarlos de apuros extremos. Pero quieren, ante todo, un puesto de trabajo. Les va en ello su dignidad... Hay mucha generosidad, frecuentemente anónima, en favor de quienes carecen de trabajo. Pero no basta». Sin duda que serán necesarias notables reformas, reestructuración de sectores de producción, cambios tecnológicos,...; todo esto me sobrepasa y seguramente sobrepasa a muchos. En todo caso son cambios lentos, porque «un cambio en las condiciones resulta siempre lento» y sus resultados no pueden ser inmediatos.

Pero hay medidas que sí son posibles. «Habrá que buscar entre todos campos nuevos de trabajo y formas nuevas de asociarse para crear más trabajo. Y, sobre todo, será mayor solidaridad entre todos». Esta solidaridad puede canalizarse y organizarse «estableciendo, por ejemplo, fondos de ayuda, que no suprimirán el paro, sin duda, pero remediarán las consecuencias del paro en algunos casos extremos y serán una prueba de verdad de la cercanía a los desempleados y su interés por ellos». Recuerdo lo que supuso desde Cáritas diocesana de Granada, en los años 90, el gran esfuerzo llevado a cabo para, con cursos de formación profesional, fondos de ayuda, orientaciones y acompañamiento correspondientes, promover iniciativas de asociación y cooperación entre parados y generar así algunas pequeñas empresas, que constituyeron una esperanza. Evoco también algunas iniciativas de empresarios cristianos de los grupos «Centessimus Annus» que en España están intentando promover iniciativas y nuevos puestos de trabajo.

Es necesario que entre en la conciencia de todos la urgente y apremiante respuesta de solidaridad con los parados. «Quien tiene un puesto de trabajo –decía Mons. Palenzuela en la década de los 80– ha de dar algo de lo que éste le produce, en favor de quien carece de él y lo busca. Nadie se excuse con que ya paga sus impuestos e indirectamente ayuda a los parados. Hay cosas en la sociedad y, sobre todo, en la vida de los individuos que no se consigue sólo con los impuestos. El desempleado busca ante todo trabajo y no se contenta con un subsidio o con una limosna. Mientras dura la crisis, además de colaborar lealmente con las instancias políticas y económicas para salir de esa crisis, se habrá de colaborar en todo intento de crear formas, por ejemplo, de cooperativismo y otras para mitigar el paro». El paro, pues, reclama medidas técnicas que no están al alcance de muchas manos, pero reclama urgentemente la solidaridad de todos con los parados; insisto, más aún y de una manera muy particular de los cristianos, sobre todo, en esa forma que va más allá de la misma solidaridad y que es la caridad, a la que corresponde también una dimensión política, como recuerda el Papa Benedicto en su primera Encíclica «Deus Caritas est», y en su tercera «Ventas in Caritate». Estamos «en una época en la que cualquier cristiano que se empeñe en ser fiel a su condición de cristiano, habrá de tener en cuenta el paro, mientras no se desarraigue del todo este mal».

La Iglesia en España clarísima y ejemplarmente se solidariza con nuestros parados. Es necesario seguir formando «las conciencias en esta materia», continuar «ayudando a los parados en sus necesidades inaplazables y buscando, con todos, nuevos caminos en el orden económico. La Iglesia no puede erradicar el paro. Y, sin embargo, puede ayudar mucho a remediar sus consecuencias y a cambiar las conciencias en vistas de un nuevo orden económico». «La atención al paro seguirá constituyendo una preocupación prioritaria de la acción caritativa y social de las parroquias, comunidades religiosas, asociaciones, grupos e individuos...». La apertura a Dios, la acogida de Él y de su amor, la fe en Él, la vuelta a Él, la conversión que tanto nos urge, «no es posible, si no damos un paso hacia esos hermanos nuestros que son víctimas de tanta miseria y humillación», como comporta el paro. No se pueden olvidar las palabras del Señor: «Tuve hambre y me diste de comer», o lo que es semejante: «Era uno de los parados y me ayudaste». «No bastará con un donativo, será necesario seguir este problema, cambiar de mente y de vida y buscar, en la medida de lo posible, salidas» (A. Palenzuela).