París
Anticlericalismo
El marco del Estado moderno no confesional es idóneo para recuperar el diálogo entre la ciencia, la razón y la fe. La Revolución francesa fue un conflicto ideológico, social, educativo y político, con diversos periodos de violencia, que convulsionó Francia e influyó a otras naciones de Europa. El término «secularización» se utilizó para expresar la necesidad de una nueva forma de presencia de lo religioso en la sociedad moderna, pero pronto derivó hacia el «secularismo» que significaría, en diversos momentos, la erradicación definitiva del religioso, o el reducirlo al sucedáneo del deísmo. Fue éste el contexto donde emerge el «anticlericalismo» como arma ideológica. El clero fue objeto de chistes, caricaturas, juicios en panfletos y en cierta literatura, etc. El clero, y con él los cristianos, fueron el «chivo expiatorio» elegido. El chivo expiatorio es un mito fundamental de nuestra cultura y una realidad histórica, desde el Edipo expulsado de Tebas como culpable de una epidemia, hasta los judíos perseguidos en la Edad Media como responsables de haber esparcido la peste.
El escenario anticlerical en la Francia comprendida entre los años 1877 a 1914 es expresivo, explicativo, paradigmático, de esta realidad. León Michel Gambetta (1838-1882), que fue Presidente en la III República francesa, durante los años 1879-1881 afirmó de forma estricta: «Le cléricalisme, voilà l'ennemi» (el clericalismo, he aquí al enemigo). Algunos autores consideran que esta afirmación fue hecha para no dar una imagen de intolerancia, con el propósito rectificar otra anterior, pronunciada por su camarada y amigo Peyrat, que poco tiempo antes había dicho: «Le catholicisme, c'est la l'ennemi» (el catolicismo es el enemigo). Esta fue la filosofía de combate del «anticlericalismo». No seré yo el que niege que las posiciones que «tensionaron la cuerda», en el devenir histórico, fuesen solo anticlericales, ya que en algunos momentos, ambos extremos se retroalimentaron. Pero fue la estrategia inicial de combate descrita, la que llevó no a las «luces» sino al horror dantesco en muchos casos. Un efecto perverso de la intolerancia revolucionaria fue «La Vendée», en cuyo lugar fueron masacrados, desaparecieron mas de mil personas, entre hombres, mujeres y niños. Un hecho histórico sangriento, digno de ser cantado como en endecasílabo, en verso heroico.
Fue una epopeya laica, frente al totalitarismo estatal, emprendida por los campesinos y sus familias; se resistían al protagonismo excesivo del Estado, a que la presencia social del cristianismo fuera desterrada de sus pueblos, que eran de gran mayoría cristiana. «La Vendée» fue un levantamiento popular, que forzó a los titubeantes clérigos a tomar partido y produjo la salida del incógnito de muchos nobles temerosos de comprometerse. No fue una conspiración de aristócratas y clero que incitaban al pueblo a defender sus privilegios, fue un movimiento popular. La rebelión religiosa fue frente al feroz volterianismo ideológico que se imponía a cuchilla, sangre y fuego desde París. Fue un movimiento paradójico por las libertades de las conciencias. Siendo sin duda el «Primer Genocidio» llevado a cabo en la Modernidad.Aquella bestial represión de los católicos de «La Vendée» fue, como ha dicho Pierre Chaunu: «la más cruel entre todas las hasta entonces conocidas, y el primer gran genocidio sistemático por motivo religioso».
Y quizá lo más lamentable fuera que –también por primera vez en la historia– esta masacre se llevó cínicamente a cabo bajo la bandera de la tolerancia. Nunca Francia pidió perdón por la época del Terror. Vittorio Messori, en un texto titulado «A vueltas con la Inquisición», traducido por LA RAZÓN, de junio de 2005, el periodista italiano, recuerda que: «…para otros periodos históricos se han hecho recuentos precisos: y sin embargo, alguna parte de la historiografía, no recuerda en su "memoria", que un sólo año de Revolución Francesa, el 1793 del Gran Terror, causó muchas más víctimas que todos los siglos de todas las inquisiciones unidas (…)». Finalmente, habrá que advertir que se equivocaron entonces y se equivocarían hoy, aquellos que defendiendo posiciones de humanismo materialista o deísta, consideran que los creyentes, por ejemplo los cristianos, al considerar que aquí no existe la ciudad permanente, y estar ocupados en buscar la futura, pueden descuidar las tareas temporales. El marco del Estado moderno no confesional es idóneo para recuperar el dialogo entre la ciencia, la razón y la fe. Su divorcio debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época.
Por ese motivo, algunas enseñanzas que podemos inferir, sin ánimo de ser exhaustivos, son: a) Que la lucha por la libertad no puede olvidar que esta comienza siendo personal: «Me doy cuenta –decía Ovidio (43 a.C.-17 d.C)- de lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor». La degradación social es un epifenómeno de la trasgresión personal. b) La dialéctica moderna, en su sentido violento de lucha, no mejoró el bien común en el devenir histórico, sino que llevó a los «Campos de concentración» nazis y los «Gulag soviéticos». Karl Popper (1902-1994) ya advirtió acerca de las consecuencias de estas formas de análisis derivadas desde la fuente hegeliana. d) El Estado tiene una función subsidiaria. Por tanto, ni el estado, ni institución alguna por democrático que sea su origen, es quien para formar la conciencia de nadie contra su voluntad. e) Las familias tienen el derecho natural para decidir qué valores y estilo de formación quieren para sus hijos, y que ideario desean en las escuelas públicas y privadas. Las sociedades multiculturales postmodernas encuentran en las «libertades de las conciencias», incluida claro está la «libertad religiosa», la clave de la convivencia en paz.
✕
Accede a tu cuenta para comentar