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El secuestro sindical por Luis del Val

Dónde: en la estación de Atocha de Madrid durante uno de los paros realizados
Dónde: en la estación de Atocha de Madrid durante uno de los paros realizadoslarazon

Mi abuelo paterno fue un modesto empleado de Renfe. Tan modesto, tan modesto, que no pasó de ejercer el responsable y poco pagado oficio de guardagujas, cuando la tecnología punta era una expresión que ni siquiera se les había ocurrido a los filólogos. Y un tío carnal mío, calderero, murió a consecuencia de una pulmonía que pilló, tras someterse a las urgencias del servicio, y ponerse a soldar, en el interior de una caldera de vapor, antes de que la prudencia de sus jefes hubiera esperado a que se rebajara la alta temperatura del interior.

Para mí la palabra Renfe no me suena a un acróstico como tantos otros, sino a pan y muerte, a madre y madrastra. Puede que, por ello, la decisión del sindicato ferroviario de secuestrar a los españoles durante las fechas más sensibles de la Navidad me haya causado una sensación rayana en el estupor. Es probable que algunos de los trabajadores de Renfe estén inquietos con su destino, no más de lo que lo estamos los que todavía conservamos un puesto de trabajo y, desde luego, algo menos de los que no tienen trabajo y, por supuesto, albergarán una inquietud bastante menor de los que ni siquiera reciben una prestación de desempleo y que, en estos momentos, superan el millón de trabajadores.

Los españoles hemos sufrido la chulería de los pilotos de Iberia y la bravuconada de los controladores aéreos, pero éramos demasiado ignorantes para no prever que nos aguarda, en la esquina más sensible del calendario, la petulancia de los representantes del sindicato CGT, que quieren dejar a los españoles sin la posibilidad de pasar la nochebuena con sus familias o de que no puedan despedir el año.

Ya sabemos que los encargados de los servicios pueden dejar a sus compatriotas sin teléfono, sin televisión, sin aviones o sin pescado fresco en los mercados. Poseen un poder que la mayoría de los sindicatos usan con cierta prudencia y moderación. En el caso del sindicato ferroviario, no ha existido ni siquiera una concesión al disimulo, y con una grosería y un desparpajo que los descalifican han elegido como huelga los días 24 de diciembre y 30 y uno de enero. ¿Por qué? Como decía el del castizo chiste, por joder, es decir, por causar el mayor daño posible al número más alto de ciudadanos y proporcionar una patada en el culo a los dirigentes de Renfe, pero, eso sí, en las posaderas de cientos de miles de ciudadanos que tendrán la comprensión suficiente, además de que esta patada la reciben no porque hayan puesto en la calle a ningún trabajador de Renfe, sino por prevención. La huelga preventiva, la huelga de por si acaso, pone de manifiesto el escaso raciocinio de unos dirigentes sindicales que van a poner en su contra a la opinión pública española, porque hacer tanto daño, ¡y a tantos!, para preservar unos posibles problemas laborales refleja un egoísmo tan atroz que raya en lo miserable.

Con estos dirigentes, y lo lamento, los trabajadores de Renfe tienen garantizado el repudio de la sociedad y el fracaso de sus intereses, gracias a este incomprensible y canalla secuestro sindical.