Espectáculos
Felices fiestas por Paloma PEDRERO
Largas sí. Más que una semana sin pan. Casi tres tienen los niños de vacaciones, y eso marca. ¿Y por qué? ¿Qué celebramos? Salvo para los creyentes practicantes, la Navidad es la fiesta del gastar. La de la paga extraordinaria, la del capitalismo más duro. Se consume, se derrocha, se compite. Se come sin medida (el otro día en el mercado vi a uno que se gastaba quinientos euros en mariscos, en el puesto de al lado una chica morena compraba dieciocho salchichas). Son fiestas báquicas en las que muchos se liberan mediante la adrenalina y el vino. Nada de esto sería especialmente grave si no se mezclase con el amor, la familia, la solidaridad… Esos valores incompatibles con el mercado salvaje y los beneficios de la minoría. Por eso la gente más sensible se deprime, se entristece, se violenta. Las urgencias psiquiátricas se llenan de gente desbordada por el estrés y los desencuentros en la mesa. También sientan fatal estas alharacas a los que no tienen a su lado a personas queridas, a los enfermos, a los solos, a los sin sueldo, a los hartos… Parece ser que más de la mitad de los invitados a estas fiestas no quieren ir. Pero no hay manera de librarse. Son las fiestas más invasivas del año. Luces, músicas, papanoeles, petardos… todo amplificado por la televisión hasta el infinito. No, no hay manera de librarse de este frío del alma que se siente cuando te están acosando con falsas alegrías. Creo, sinceramente, que si somos tantos los que estamos en contra de la fiesta de los grandes almacenes, deberíamos pedir a nuestros gobiernos un replanteamiento urgente del asunto. Hay tradiciones que se desfasan, que van contra los derechos y la dignidad de la mayoría. La Navidad, si mal no recuerdo, celebra el nacimiento de Jesús. La Nochevieja el del año. Pues han de celebrarlo los que crean y quieran hacerlo. En su casa. La calle es de todos. Y los mercados, de muy pocos. A ver si este año llega con un poco de sensatez y alegría verdadera.
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