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Lo ajeno

La Razón
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El otro día cogí un taxi y su conductor llevaba la radio puesta. Cada vez es más complicado y sobre todo más excepcional lo de pillar un taxi porque está la cosita muy mala, pero me lo permití. Uso ese verbo porque yo antes me permitía otras cosas, pero en este panorama, cuando me quiero dar un capricho gordo de cinco lerus porque estoy cansada como una perra me digo, hala, hija, saca el brazo que vas a llegar a casa que te van a hacer la ola en el bloque. El taxista de la otra mañana llevaba la radio puesta y, en la radio, daban paso a cortes de voz de Chacón y Rubalcaba. Escuchó mi taxista aquello y de pronto subió el tono. «¡No te digo! La una hablando de que hay que votarla para desterrar el inmovilismo y el otro hablando de un Psoe renovado. ¡Vaya par! ¡Habrase visto, lo que hay que escuchar!». Dada la vehemencia, el interés desmesurado, la pasión de sus afirmaciones y el enfado manifiesto, imaginé que el taxista era socialista. «¿Yo? ¡Pero qué cosas tiene Vd. señora! ¡Cómo voy a ser yo semejante tontería!». Me dí cuenta entonces de que los españoles tenemos grabadas a hierro tres características fundamentales. A saber. Una: disfrutar mucho, mezquinamente, de las dificultades y penurias del contrario. Dos: inmiscuirnos y debatir sobre las cuestiones internas del contrario cuando trata de resolver sus penurias. Y tres: ausencia total de autocrítica para los nuestros. Ahora cambien Vds. a los actores de lugar, imaginen que el congreso fuera de los populares y enfrente, calcadito, igualito, la misma reacción. Bendita sea la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio.