Berlín
Un liderazgo sin dueño
Después de una semana de infarto para la economía mundial; de días de desasosiego para la Unión Europea y para los Estados Unidos; de jornadas maltrechas para el euro, el dólar, el yen y las bolsas de medio mundo; de idas y de venidas con todo tipo de acusaciones, de reproches y de críticas podemos decir que esta primera semana de agosto ha sido una de las más críticas de estas últimas décadas. Son desde luego muchas las sugerencias y muy variados los análisis; pero no hay que dar muchas vueltas a la cuestión. Echarnos las culpas unos a otros no sirve absolutamente para nada. La cuestión tiene mucho mayor alcance y además tiene el agravante de no saber si hemos tocado suelo. Es más, todo apunta a que todavía no ha llegado lo peor.
Quizá lo más fácil en un momento como éste, sería repartir culpas a diestro y siniestro. Y además posiblemente hay motivo para ello. Pero en esta ocasión me gustaría poner el acento en una cuestión distinta y diferente. Lejos de medidas más o menos acertadas, y de decisiones más o menos correctas; ahora mismo lo que está quedando en evidencia es que cuando más lo necesitamos no tenemos un liderazgo internacional que marque las pautas, que señale el recorrido y que sea capaz de aunar voluntades ahora que la economía mundial está al borde de la bancarrota.
No son estas afirmaciones más o menos genéricas. Es simplemente la confirmación de algo que ya conocemos en nuestra historia reciente. Ejemplos no faltan. Desde la caída del Muro de Berlín, hasta la paz entre Egipto e Israel, desde la puesta en marcha de la moneda única europea hasta una solución en la complicada zona de los Balcanes. Para situaciones sin solución, hacen falta líderes con capacidad de respuesta, con decisiones arriesgadas y con apuestas impensables. Pero por encima de todo, lo que en estos momentos es de obligado cumplimiento es un liderazgo, sin egoísmos partidistas e ideológicos. Un liderazgo que sepa también sacarnos de este pozo negro en el que nos estamos introduciendo a una velocidad de vértigo.
Estamos huérfanos. No tenemos un asidero que nos sirva de apoyo en esta situación de incertidumbre. Ni en los Estados Unidos, ni en el Reino Unido, ni en Alemania, ni en Francia, ni en Japón. Todos se miran al ombligo, pendientes y calculadores de sus políticas internas. Vivimos sin orden, ni concierto. Todos hacen, gesticulan y pontifican. Pero nadie asume ese liderazgo por encima del bien y del mal, que necesitamos para salir del precipicio. En todas las grandes cancillerías se acicalan para la fiesta que nunca llegará, inconscientes de que el «Titanic» se hunde. Ajenos a que el barco se va a pique por mucho que la orquesta siga tocando. No hay liderazgo internacional, ni nadie que quiera asumirlo. Todos se miran y se contemplan; nadie quiere riesgos. Y ahí esta nuestro problema, lo demás son pamplinas.
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