Francia

Nómadas en carromato

Familia, clan, viajeros, Los Rasposo entienden el circo a su manera. O sea, hermoso y antiguo, con esfuerzo... y gallinas correteandoPARA NO PERDERSEDónde: Teatro Circo Price. Ronda de Atocha, 35.Cuándo: hasta el 21 de octubre. de martes a sábado, 20:30 h. Domingos, 19:00 h. Miércoles: descanso de la compañía.Cuánto: de 19 a 26 euros.

Una escena de «Le chant du dindon»
Una escena de «Le chant du dindon»larazon

Nacieron como compañía en 1987 y desde entonces recorren carreteras y caminos como aquellos viejos cómicos de carromato, aunque hace ya una década que compraron su propia carpa. Si quieren ver a Los Rasposo en su salsa, hay que viajar a Chalonnaise, en Francia, donde tienen su «chapiteau». O bien, aprovechar que el Teatro Circo Price sigue apostando por el circo de calidad y trayendo lo mejor, las propuestas más exquisitas en materia circense de los cinco continentes, y acercarse a ver «Le chant du dindon», un espectáculo de Los Rasposo estrenado en 2009 con el que los franceses han viajado por Canadá y Europa y que estos días recala en la pista del circo estable madrileño.

Cercanos, familiares, Los Rasposo ofrecen café al público mientras ejecutan sus números de malabarismos, de acrobacias, de contorsionismos y equilibrismos. Por la pista corretean, como Pedro por su casa, patos y gallinas, y en vez de gastar la habitual estética chillona, la «troupe» parece salida de una postal de principios del siglo pasado.

Estamos ante otra forma de entender la vida. Eso solía ser el circo: una vida entera. Y ellos la comparten, al menos por un rato. Al ritmo del violín, la guitarra, el acordeón, la percusión y el contrabajo, el espectáculo dirigido por Fanny Molliens –hay unos cuantos Molliens en esta gran familia– mezcla la tradición con su sello: hay magia, cuerda volante, mástil chino, malabarismos... Pero los payasos son aquí la propia compañía, sin maquillajes ni falsas sonrisas, un puñado de artistas que presentan ante nosotros sus ensayos, su viaje por el amor, sus enfados y reproches, su alegría, como si nos abrieran la puerta al patio trasero de una casa antigua en el que los comensales comparten platos de metal lacado e iluminan sus vidas con lámparas de araña.