Herbig brío y poco más

Checo de origen, Günter Herbig (1931) posee buena planta: cabeza blanca bien modelada, ancho torso, brazos vigorosos y amplios, de elegantes movimientos. Recuerda a Hermann Abendroth, uno de sus maestros. Como éste, es sobrio y va a lo seguro. Lleva a la orquesta prendida, pero deja tocar con comodidad y prefiere siempre el gran dibujo al detalle.

Con base en una severa concepción del ritmo, ofrece interpretaciones muy consistentes, no exentas de amenidad. La tuvo la de la «Séptima» beethoveniana, a veces vertiginosa en exceso –«Finale»–,bien construida y expuesta, pero de texturas demasiado espesas, sin la ligereza que exige su primigenio carácter danzable. A veces los vientos sepultaron a las cuerdas. Hubo confusionismos dentro de una ejecución general bastante limpia en la que la orquesta anduvo presta.

No vemos a Herbig en la música de Ravel y Debussy, ofrecida en la primera parte de la sesión. Carece de elasticidad, la gama dinámica es estrecha y no domina el «sfumato», con lo que las delicuescencias se perdieron. Las versiones fueron pesadotas, prosaicas. El coro femenino de «Sirenas» no tuvo su mejor día, ni por afinación ni por empaste, cosas en las que la rectoría tuvo evidentemente mucho que ver. En todo caso, el director fue muy aplaudido por público y orquesta.