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Nepal existe: asómese al país donde las aceras son artículos de lujo
Nepal es un país miserable, y su capital, Khatmandu, es el escaparate de su pobreza. En esta ciudad ruidosa, caótica y sucia, que combate la falta de higiene con toneladas de incienso y manos que se enredan en las cabezas a la caza de los piojos, se reúnen cientos de mujeres, cada tarde, junto a fuentes mil veces secas, para esperar pacientes la llegada del camión cisterna; y un día sí, y otro también, se agotan los almacenes de velas por las caídas de la energía eléctrica.
Como las aceras son artículos de lujo, los peatones, las bicicletas, los rickshaws, las motos y los taxis danzan a diario el baile del trapecista, jugándose la vida en una melodía de cláxones que es la banda sonora de esta tierra.
Huelga decir que no existen los grandes centros comerciales y que el 90 por ciento del comercio se focaliza en pequeños bazares donde se vende todo, bares que huelen a grasa en los que se cocinan samosas y pakhoras, o callejeros puestos de ventas de fruta, carnes o pequeños souvenirs que se ofrecen a precio de ganga a los miles de turistas que no tienen otro interés en Nepal que el de visitar las montañas de Himalaya, uno de los más grandes espectáculos del mundo.
Y, para terminar de complicar las ya de por si complejas existencias de los nepalíes, el destino les ha "regalado"una clase política que, lejos de preocuparse por el agua, la luz o la limpieza de las calles, prefiere enredarse en batallas de poder que acaban de llevar al país al borde del precipicio en una salvaje huelga general que se ha prolongado durante siete días, y que ha costado una vida, decenas de heridos y ha hundido un poco más en la pobreza a la población más pobre de Asia.
Serán los economistas los que en los próximos días usen papel y lápiz para cuantificar las pérdidas, y los politólogos los que analicen las posibilidades de que el país acabe sucumbiendo a una guerra civil. Pero mientras, cabe preguntarse: ¿Por qué esta huelga? ¿Y por qué tantos días?
Todo arranca en 2006, cuando el rey Gyanendra Bir Bikram se vio obligado a ceder ante la guerrilla maoísta, que desde finales de los 90 había decidido exigir a tiros su dimisión y la proclamación de una república democrática. Después de acabar con la vida de 13.000 personas, los rebeldes entregaron las armas a cambio de una amnistía general y, más que eso, un buen puñado de escaños en el Parlamento nacional.
Dos años después, en las últimas elecciones generales -una de las primeras convocatorias realmente democráticas tras la caída en desgracia de la monarquía después del magnicidio real de 2001-, y para sorpresa de todos los analistas políticos, el partido maoísta, que aún agita en todos sus mítines la oxidada bandera roja de la hoz y el martillo, se alzó con la mayoría de los votos.
El líder maoísta, Pushpa Kamal Dahal, alias "Prachanda", convertido de la noche a la mañana en primer ministro, se encontró rápidamente con un grave problema. ¿Qué hacer con los 19.000 ex combatientes que le auparon al poder y que ahora no tenían oficio ni beneficio? Pues no se le ocurrió otra cosa que tratar de integrarlos en el ejército, idea que se encontró con la frontal resistencia del Alto mando del mismo. "Prachanda"decidió eliminarlo, pero el presidente del país vetó la orden.
"Prachanda"tensó la cuerda y presentó su dimisión irrevocable si no se le permitía ejercer sus funciones. Pero el pulso al Estado le salió mal, y una coalición de cinco partidos, encabezada por Madhav Kumar Nepal, líder del Partido Marxista-Leninista, tomó el control del Ejecutivo.
Desde entonces, los maoístas, que se sienten con todo el derecho del mundo a reclamar el poder que le dieron las urnas, y han vuelto a la calle para exhibir la musculatura del apoyo popular y poner en jaque al actual presidente, de origen indio, a quien acusan de estar vendiendo el país a la todopoderosa vecina del sur.
Con la excusa de la redacción de la nueva Constitución, que tendría que estar lista el próximo día 28, y la exigencia de la dimisión irrevocable del actual presidente, las fuerzas rojas de "Pachandra"han paralizado literalmente el país durante una semana hasta que el pasado viernes, presionado por las principales asociaciones de comerciantes, una buena parte de la población asfixiada por la necesidad de ganar su jornal, y la intervención política de algunos de los principales países asiáticos, dio su brazo a torcer y detuvo la huelga con la excusa de que "la gente ha sufrido durante la huelga general y la coalición gubernamental se está aprovechando de ese sufrimiento enfrentando al pueblo contra el pueblo".
Sin embargo, parece evidente que sería un error considerar que los maoístas han perdido y se darán por vencidos. De hecho, fueron mayoría en las urnas y, aunque la huelga puede haberles provocado un gran desgaste, cuenta con gran respaldo popular. La última de sus manifestaciones reunió una nueva manifestación en las calles de Khatmandu que reunió a más de cien mil personas.
Así las cosas, la huelga de los siete días puede no haber sido más que el preludio de un estallido de violencia que suma al país en una confrontación que, además de las pérdidas humanas que pueda generar, podría ahuyentar a la única gallina de huevos de oro de Nepal: el turismo.
De hecho, en los últimos días cientos de visitantes no han tenido otro remedio que cancelar sus excursiones previstas a la montaña por el colapso de los transportes, y han redirigido sus pasos hacia el aeropuerto internacional para volverse a casa a la espera de tiempos mejores para visitar los himalayas.
Aún así, sería injusto no destacar el ejemplo de civismo que ha dado un país en el que, para la gran mayoría de ciudadanos, un día sin trabajo puede ser una noche sin cena, y una semana sin jornal una tragedia irreversible. A pesar de las coacciones de los huelguistas, a pesar de los acuerdos y desacuerdos, a pesar de que pocos son los realmente interesados en los asuntos políticos, la semana de huelga se ha saldado con escasos enfrentamientos populares, o del pueblo con el Ejército, y "sólo"ha costado una vida. ¿Se imaginan una semana de huelga general en España?
"Todos a la manifestación", o como sucumbir a la coacción
Muj regenta uno de los más espectaculares restaurantes de Khatmandu. Durante una semana, sus puertas han permanecido cerradas. Pero su cocina no. Durante el día, Muj se dirigía a sus clientes habituales y les daba una tarjeta con su teléfono: "Llámame cuando quieras venir a comer o cenar, y te abro por la puerta de atrás".
Como él, todo el mundo ha tratado de seguir adelante con sus vidas y sus negocios. De hecho, en las principales calles de Khatmandu, las rejas han permanecido medio bajadas y los comerciantes se han apresurado a cerrarlas solo al ver llegar a los piquetes, numerosos y cargados de palos y de silbatos.
En realidad, no era difícil conseguir cualquier cosa… Sólo había que esperar a que los piquetes se marcharan, dirigirse al tendero de turno y preguntarle: "¿Me das agua y unas chocolatinas?"Un minuto después, estaba de vuelta con el pedido.
Sin embargo, todos los que han hecho esto se han jugado el bigote y el comercio. Este periodista ha visto a los piquetes disolver un partido de fútbol con el poderoso argumento de unos palos gigantes y obligar a los jugadores a sumarse a la manifestación del día.
Y, en las manifestaciones, los maoístas se ubicaban en lugares estratégicos evitando que nadie pudiera escapar del mitin. Asimismo, las calles han sido cortadas y algunos coches que han intentado salir de Khatmandu con turistas han sido apedreados.
Sólo las ambulancias y los autobuses que transportaban a los turistas al aeropuerto tenían derecho a moverse. Para todos, explica Muj, "ha sido un maravilloso alivio el fin de la huelga. Y si no, pregunten a los taxistas cómo iban a vivir, pregunten a la familia que vive de vender unas pocas samosas al día, pregunten al taller de reparación de bicicletas, o al dueño de un rickshaw". Esta huelga "ha sido una locura", concluye.
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