Cataluña

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La Razón
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CiU tiene pavor a reconocer su pacto estable con el PP. Le desgasta. Por eso, le convienen agrias polémicas sobre lengua o toros porque retroalimentan discrepancias y remueven sentimientos. El ruido oculta lo importante –los pactos, los recortes– y despista a los ciudadanos. En estas trifulcas, la sangre no llega al río. Titulares en prensa, debates y más debates, artículos y poco más. Al final, se miran a los ojos y vuelven a su rutinaria vida matrimonial que se inició después de la victoria de Mas y los buenos resultados de Sánchez-Camacho.
La semana pasada, Mas negó, como San Pedro, sus pactos con los populares. El presidente catalán se esforzó en el Parlament por aparentar una política de geometría variable. Por eso, hizo un guiño cara a la galería a la nueva ERC que ha vuelto sumisa a la casa común del catalanismo, como el hijo pródigo, repudiando sus pactos de izquierdas del pasado. Los acuerdos con el PP quedaron a buen recaudo, incluso pactando alguna algarada parlamentaria. Así, nacionalistas e independentistas acordaron celebrar un referéndum –ilegal– para que los catalanes voten el pacto fiscal –alias «concierto económico»– que Mas presentará al nuevo inquilino de La Moncloa. Aplicando la máxima grouchomarxista de «victoria en victoria hasta la derrota final», si el Gobierno dice que nones, los nacionalistas «denunciarán» que España no quiere a Cataluña, «agitarán» un conflicto social y «anunciarán» la independencia como única salida. No hay que ser un lince para ver esta hoja de ruta. Por eso, no se entiende por qué el PP da oxígeno a un Gobierno claramente independentista. Cuando vea el árbol detrás del bosque, puede que sea tarde, y el conflicto esté servido.