Zaragoza

Alegre a destiempo

La Razón
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De haber conocido Sabino Arana a Arantza Quiroga, el nacionalismo vizcaitarra no habría nacido. A Sabino le gustaba mucho la estética de su raza. Hasta la fecha, el orgullo sabiniano de la belleza lo representaba Anne Igartiburu, que ha cometido un error de alta gravedad y que puede impedirle ingresar en la nómina de las heroínas nacionalistas. Se ha enamorado de un torero. La monda. Pero Anne Igartiburu, bella mujer, nada tiene que hacer comparada con Arantza Quiroga, la actual presidenta del Parlamento vasco. ¿Hubiese escrito poemas de amor Sabino Arana a Arantza Quiroga? Es posible, pero me resisto a creer que fuera contestado. Sabino era de gustos menos refinados. Como a todos los desasistidos por la naturaleza en cuestión de fuchinguerío, Sabino tiraba más hacia las gordas. Su matrimonio no puede considerarse una reunión de la armonía estética. Además, que la cosa duró poco tiempo, a pesar del atractivo viaje de novios que programó para procrear al heredero del vizcaitarrismo. Pasó la luna de miel en Lourdes, y no se dio el milagro. En lugar de ingresar en el lecho conyugal como un tigre de Bengala, lo hizo con un pijama de rayas. Previamente había pedido una bolsa de agua caliente para entonarse los pies. De esa guisa, ni en Lourdes, ni en Fátima, ni en el Pilar de Zaragoza. Finalizado el sugerente viaje de novios, Sabino se puso a escribir de la belleza de la raza vasca y la fealdad de la española. Es decir, de las «nekanes» y de Bertín Osborne, por poner ejemplos diáfanos. Y cuando falleció, su desconsolada viuda se casó con un guardia civil, que menos escrupuloso que Sabino, le hizo unos cuantos hijos.
A Sabino le encandilaba la belleza de la raza vasca y la gracilidad de sus movimientos. Al fin podría haber encontrado la síntesis de sus sueños, pero se marchó demasiado pronto, o Arantza Quiroga nació excesivamente tarde. Los valles, prados y montañas de Vasconia son verdes y profundos. Como el vestido que llevaba Arantza Quiroga en la audiencia que el Rey le concedió, con treinta años de retraso, a la Mesa del Parlamento vasco. Retraso que no se le debe al Rey, sino al Parlamento vasco cuando estaba más feamente presidido. Una visión desde su calavera, un segundo de vida y de luz, le hubiera servido a Sabino Arana para descansar con más alegría. Al fin, su teoría demostrada. Una mujer guapísima, inteligente y grácil en sus movimientos, representando la soberanía popular de los vascos. Una mujer vasca de la cabeza a los pies. ¿Qué importa que no sea nacionalista? En este punto, Sabino tiene que mostrarse más flexible. Al Rey, al que creo conocer, se le escapó un silencioso «¡Ole!» cuando vio a la nueva Presidenta del Parlamento vasco en su salón de audiencias. A mí se me ha escapado, y nada silencioso, contemplando la fotografía del acto. Estoy de acuerdo con quienes apuntan un período de honda tristeza en el nacionalismo, que ha perdido el Poder. Pero creo que si son fieles a los pensamientos de su volcánico Fundador, tendrían que hacer público su homenaje a Arantza Quiroga. Vasca, alta, inteligente, guapa, grácil y armónica. Eso sí, vasca españolísima o española vasquísima, que es lo mismo. Pero desde la tumba, Sabino Arana se habrá visto recompensado. «Por fin no me he equivocado en algo».