Barajas

Barajas paraíso de los descuideros

Aumentan los pequeños hurtos en el aeropuerto. La T-1 y la T-4 son las zonas preferidas de los rateros

Barajas paraíso de los descuideros
Barajas paraíso de los descuideroslarazon

MADRID- Un contingente de 500 policías nacionales (la mayoría uniformados, algunos de paisano) y 4.500 cámaras de vigilancia para el aeropuerto de Barajas. Podría parecer más que suficiente, sobre el papel, para afrontar la delincuencia común de cualquier día igualmente común. Pero la realidad es distinta.
Lo cierto es que la Policía tiene que desempeñar un sinnúmero de papeles diversos en las instalaciones aeroportuarias y de ello se aprovechan todo lo que pueden los descuideros, que últimamente hacen su agosto en las terminales y hasta en los garajes. Son una «profesión» tradicional, pero con la crisis se está disparando su actividad. La Policía reconoce que cada día se registran, de media, unas cinco denuncias por robos de este tipo, y que el número real puede ser del doble o más, teniendo en cuenta que es muy habitual que los viajeros afectados no denuncien en la comisaría del aeropuerto sino en otras.
Nuevos métodos
Ya no se roba, además, tan sólo en las terminales, sino que los descuideros han decidido motorizarse y han comenzado a actuar también en los aparcamientos y los puntos de alquiler de coches diseminados por la zona. «Esperan a que la gente baje sus equipajes y entonces paran, los cogen y salen a escape», cuenta un agente de la Policía Nacional.
Ello ha motivado que estas zonas hayan comenzado a vigilarse con agentes de paisano incluso a horas intempestivas, como las cinco de la mañana, momento en el que algunos vuelos se aprestan ya a salir. El contingente de rateros es nutrido y variopinto, aunque en su mayoría se trata de marroquíes, argelinos y sudamericanos (sobre todo de Colombia). Algunos son ya viejos amigos de la Policía, y hay al menos diez perfectamente identificados y que han pasado en numerosas ocasiones por comisaría.
«Hay uno», cuenta otro agente, «que funciona con documentaciones diversas de varios países y al que hemos detenido decenas de veces, pero en cuanto sale, vuelve». Y sale bien pronto para desesperación de las fuerzas del orden. La calificación de los hechos como faltas, al ser generalmente simples hurtos, ya que no superan los 400 euros, no permite mucho más. Así, el robo al descuido se convierte en una actividad de bajo riesgo para el que la practica en comparación con los beneficios que genera.
Sus modos de trabajar, en las terminales, son clásicos. Cualquier manera parece buena para estafar a quien, inocentemente, se dispone a dejar la urbe masificada para unas merecidas vacaciones. Aprovechar el despiste en las colas de facturación, empujar a los viajeros mientras consultan los paneles de vuelos y salir corriendo con sus pertenencias o usar el viejo truco «de la muleta», que consiste en distraer la vista de la víctima con un periódico o algún otro elemento y aprovechar para sustraer lo que se pueda. Casi cualquier sitio puede ser el escenario, aunque las terminales más afectadas son la T1 y la T4.
Falta de efectivos
La Policía Nacional, que en muchos casos actúa apoyada por patrullas de municipales, se encuentra pese a todo, con que a menudo le faltan efectivos. La explicación es sencilla. Casos como el de la detención de un bolero (también conocidos como «mulas», personas que intentan pasar droga introducida en su propio cuerpo) son bastante habituales. A menudo hay varios seguidos, y por cada uno de ellos, dos agentes son empleados en custodiar a la persona hasta que evacue su «carga».
Un día agitado en la lucha antidroga, al fin y al cabo una prioridad, con siete u ocho detenidos por tratar de introducir coca en España, puede mermar mucho los efectivos destinados a luchar contra el pequeño robo y dejar el paso libre a los profesionales de éste, según ha denunciado en varias ocasiones el sindicato Unión Federal de Policía (UFP).
Por supuesto, siempre hay algún caso pintoresco, sin que deje de ser delictivo, como el de un individuo que los quiosqueros de la zona tienen localizado y que se dedica a robar todos los últimos «best-sellers» de las estanterías de novedades. No es que se aburra él y necesite entretenimiento, es que sabe que los taxistas que esperan clientes fuera sí que se aburren, y no dudarán en comprarle algunos ejemplares a bajo precio.
Un problema clásico, en todo caso, que no tiene apariencia de menguar sino todo lo contrario.