Biomasa forestal por Ramón Tamames

Desde hace varias décadas, está produciéndose toda una serie de impulsos en pro de la búsqueda de energías primarias alternativas a las de carácter fósil, del carbón, petróleo y gas. En esa dirección, en esta misma columna nos hemos referido en ocasiones a las fuerzas del sol y del viento, que hoy captan una serie de ingenios fotovoltaicos y termosolares en el primer caso; así como los aerogeneradores en los parques eólicos. Sin olvidar las posibilidades que ofrecen el mar y el propio calor interno del planeta, con sus aprovechamientos mareomotrices y geotérmicos.

Junto a ese repertorio de gran imaginación, y ya funcionando activamente, la bioenergía es un complemento también alternativo muy notable, pero no exento de controversias. Especialmente en lo que se refiere al etanol procedente de los cereales y del azúcar; o el biodiésel, de las oleaginosas. Porque, en ambos casos, se compite con la demanda de alimentos, originándose así la elevación de los precios de estos últimos; con efectos particularmente negativos para las rentas más bajas en los países menos desarrollados.

Por eso, la biomasa forestal presenta grandes ventajas, al no competir con ningún consumo alimentario como las grandes cosechas antes aludidas. Los residuos derivados de las múltiples aplicaciones industriales de la madera, los desechos de las cortas en cultivos forestales y bosques tradicionales, e incluso la propia idea de forestaciones dedicadas esencialmente a biomasa, son todos ellos elementos que nada tienen que ver con lo alimentario.

En el caso de España, estamos ante horizontes muy atractivos. Por razones económicas, resulta más barato transformar eucalipto en pasta de papel importándolo de Uruguay o Brasil, que no con la producción propia cerca de las rías gallegas. Y nuestros bosques están en gran medida a muy bajo rendimiento, con grave peligro de decadencia biológica. Por ello, un «Plan Nacional de Aprovechamiento de la Biomasa Forestal» sería el comienzo de una gran solución.