Literatura

Nueva York

Cartas de Cela a los exiliados

Cela mantuvo desde los primeros años de la posguerra una larga correspondencia con los escritores exiliados. Fue un nexo para que no desapareciera una cultura española común.

Cartas de Cela a los exiliados
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Camilo José Cela, el último premio Nobel español, un escritor excesivo, con tantos amigos como detractores que prefieren no decir en público sus críticas, y que en esa historia de España del siglo XX de guerra civil, posguerra, exilios interiores y exteriores, delatores y censuras no salió indemne. Sin embargo, durante años fue el centro, o uno de los amarres a los que se agarró el exilio republicano para no desprenderse de España. Una extensa correspondencia muestra ese vínculo, íntimo en algunos casos, y casi siempre por motivos intelectuales, gracias a «Papeles de Son Armadans», la revista que fundó en 1956 y que dirigió hasta su desaparición en 1979 después de 276 números. «Poetizar la política»La primera de estas cartas está fechada el 29 de agosto de 1935 y la firma María Zambrano. Cela era todavía un poeta, o quería serlo, había estado ingresado en un sanatorio del Guadarrama y la ensayista se preocupaba de él con una ternura especial. «¿Qué ha sido de su vida? ¿Qué lee? ¿Qué escribe? ¿Qué piensa?», le pregunta.La segunda carta está fechada en el otoño de 1946 en París. Ha pasado una guerra, que es un mundo, y se nota. Zambrano le pide ayuda para un sobrino que vive en España, «casi un niño cuando la guerra», que podría hacer traducciones literarias. Ella le resume su vida: «He trabajado –escrito, dado cursos de filosofía–, he sufrido, he vivido». Está en el exilio pero en ninguna de las cartas hay referencias políticas, sólo nostalgia. «¿Hace sol en España, en Madrid, ahí?» (28 de noviembre de 1962). Y, como máximo, la confensión de querer volver. «Quiero ir a España, sí quiero... Creo que lo que hay que hacer es crear, pensar, poetizar. Y poetizar no es posible hoy en política como lo fue en otros tiempos» (14 febrero, 1964). Y sobre un posible encuentro en Roma, Cela le alerta: «Ya no soy el adolescente pálido y delgadito que iba a la plaza del Conde de Barajas con sus tímidos poemas bajo el brazo...». (7 de septiembre de 1962). La última misiva fue el telegrama, en 1988, en el que Cela la felicita por el Premio Cervantes, cuando ella ya ha vuelto a Madrid. «Lo que Cela hace es una tarea de recuperación de la cultura literaria del exilio. Él está en todo momento sorteando las motivaciones políticas e ideológicas para que pueda haber una literatura común, en el exilio y en el interior», afrma Eduardo Chamarro, editor de estas cartas. En «Correspondencia con el exilio» (que la editorial Destino pone a la venta el próximo día 24) se han reunido más de ochocientas cartas de trece personajes con que les une amistad en algunos casos, admiración en otros, respeto hacia todos y, en alguno, una pura relación profesional. Además de Zambrano, están Rafael Alberti, Américo Castro, Fernando Arrabal, Jorge Guillén, Max Aub, Emilio Prados, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, León Felipe, Corpus Barga, Francisco Ayala y Ramón J. Sender. Aguantar la censuraA Alberti le propuso en 1966 publicar un libro en Alfaguara, la editorial que Cela había fundado con sus hermanos. En concreto, sería un libro sobre Roma con fotografías de Carles Fontseré, y ponen en marcha la edición de «Poemas de amor». No hay menciones a temas políticos y la añoranza parece que ha desaparecido. Quizá la correspondencia más dramática es la que mantienen con el poeta Emilio Prados, que estaba exiliado en México, donde murió en 1962. Un mes antes, Cela le escribió: «Tú no te puedes morir ahí. Tú tienes que vivir aquí». Sin embargo, con Luis Cernuda es fría, puramente profesional. Jordi Amat, que se ha encargado de las anotaciones de la edición y es autor de una biografía sobre el autor de «La realidad y el deseo», considera que «Cernuda era frío; sólo le interesaba su obra». En 1970, Max Aub le propone a Cela un libro donde se haga constar los españoles muertos en México, donde está instalado, y Cela quiere que escriba otro sobre la ciudad en la que está exiliado. Quizá sea en el caso de Francisco Ayala, que vive en Nueva York, donde Cela demuestra un realismo apabullante. Era 1961 cuando le escribe: «En su cuento "Baile de máscaras"la censura ha hecho unas estúpidas y ligeras correcciones sin mayor importancia. Sea sensato y aguántelas». Ayala aguantó. «Es que, a la larga, Cela era quien mejor podía informar de España; sin embargo, creo que él siempre actuaba con una ingenuidad sorprendente. Le pudo sorprender la brutalidad de la guerra, pero no entendía la complejidad del problema y no sabía de dónde venían los tiros», afirma Chamorro. La más extensa correspondencia es con el historiador Américo Castro, que Cela admiraba y cuidó atendiendo una largas cartas en las que le hablaba de sus investigaciones. Si en un principio Castro se negó a participar en «Papeles de Son Armadans» porque se marcó «una línea de conducta, a costa de dolores y desgarros muy punzantes», acabó escribiendo periódicamente en la revista, algo que también le sucedió a Alberti. «Cela hizo una operación ideológica clara –explica Jordi Amat– para tender puentes y reconstruir una cultura liberal». Lo que se demuesta es que la separación entre la cultura del exilio y la del interior no estuvo tan separada como la situación política hacía presuponer. Amat recuerda que «Papeles» aparece en 1956, justo con el cambio de política cultural que habían iniciado Ridruejo y Ruiz Giménez. En este sentido, Chamorro cree que lo que las cartas revelan con claridad es que los exiliados «deben volver a España por el hecho de que deben volver, nada más».