India

«Cenicientas» filipinas en Kuwait

La joven filipina Chaneilyn Tartay, horas después de escapar de su empleadora kuwaití
La joven filipina Chaneilyn Tartay, horas después de escapar de su empleadora kuwaitílarazon

Como si de una zona de guerra se tratara, todos los días del año entre tres y siete mujeres filipinas buscan refugio en su embajada en Kuwait City. Son empleadas domésticas que huyen despavoridas del maltrato que les infligen las señoras de la casa. Esta media ya alarmante sube de forma considerable durante el mes del Ramadán porque el ayuno exacerba los ánimos y alarga aún más las jornadas. Sueldos bajísimos, jornadas de hasta 18 horas, castigos físicos y psicológicos... La lista de agravios es larga. En un par de horas de conversación con LA RAZÓN en la legación diplomática, las chicas siguen llegando en un goteo lento e incesante. Algunas arrastran pesadas maletas, otras llegan con las manos vacías «para no ser acusadas de robo». A sus 26 años, Andrada luce un corte de pelo militar. Entre lágrimas, explica que la señora decidió cortárselo con unas tijeras en un arranque de ira. «La ‘‘madame'' me pegaba con el cinturón y me abofeteaba hasta que decidí escaparme. Lo pagaba todo conmigo, hasta las peleas con su marido». Sólo en raras ocasiones los testimonios de las chicas apuntan a los hombres, lo que sí confiesan son «toqueteos que suelen cesar cuando se les pide». Todas coinciden en que es la mujer de la casa, celosa o hastiada de su existencia, la que ejerce de verdugo. Andrada afirma rotunda que, aunque no tiene dinero, vuelve directa a Filipinas y no se plantea, como otras, probar suerte en Qatar o Dubai. Los filipinos llevan 20 años ganándose el pan en este país, algunos trabajando 14 horas durante meses y sin un solo día libre. Los 60.000 contratados en el servicio doméstico deberían cobrar 120 dinares (350 euros), aunque la joven Dailsylin asegura que su sueldo no llegaba ni a la mitad mientras muestra la huella de varios mordiscos en la cara y una quemadura en la mano.Los ojos de su amiga Chaneilyn reflejan una honda tristeza. Aturdida, no alcanza a comprender cómo ha podido pasarle esto a ella, que traía las mejores intenciones. «Me trataron como a un perro, no como a un ser humano. Trabajaba de 6 de la mañana a 12 de la noche sin descanso y bajo las órdenes de una mujer histérica que se tiraba del pelo y me golpeaba el pecho. Tenía que esperar a que ella se fuera a la cama, ya fueran las tres o las cuatro, para retirarme». Algunas lo han pasado aún peor, encerradas semanas en un cuarto de baño, golpeadas con la aspiradora o la plancha y alimentadas con las sobras de las sobras. Chaneilyn tiene claro que no se trata de un problema de religión, sino de «dinero y poder». «Este país es tan rico que creen que pueden hacer lo que quieran con nosotras». Con la voz entrecortada, a medias por la emoción y por el susto que aún le dura, esta joven menuda todavía trata de explicarse lo sucedido: «Ellas tienen todo, familia y posibilidades, nosotras nada. Sólo quería aprovechar la oportunidad que se me brindó de alimentar a mi hijo».

El trabajo sucio de «las cinco d»Más de la mitad de la población de Kuwait (3 millones y medio) es inmigrante. Acuden a trabajar y acaban protagonizando los informes de Human Rights Watch, que año tras año destaca el «abuso» a los extranjeros como la asignatura pendiente del país. Para ellos están reservados los trabajos sucios, difíciles, peligrosos, decepcionantes y degradantes («las cinco D» en inglés). El Gobierno asegura que está «tomando cartas en el asunto» y que se dispone a mejorar sus condiciones. Los inmigrantes, que tienen cerrado por ley el camino de la nacionalidad y de la compra de propiedades, firman los contratos en sus países y acaban cobrando la mitad de lo prometido. Muchos viven hacinados y no pueden afrontar la inflación con sus pequeños sueldos. Khader lleva 17 años en Kuwait y va para 8 que trabaja como taxista. Ha tenido que mandar a sus tres hijos de vuelta a India porque «no puedo pagar los colegios, no tenemos derecho a la educación pública». Los altísimos precios del emirato se explican porque aquí no se fabrica nada; se exporta petróleo y se importa todo lo demás. Como muestra, un yogur cuesta en torno a un euro y medio frente a los 30 céntimos de España.