Grupos
Cerco al «top-manta»
Las consecuencias de la presión policial son claras. En 2008 hubo más de seiscientas detenciones.
MADRID- Harry es de Senegal y es, por pura necesidad, lo que la gente llama «mantero». Cada día, en una calle pequeña del centro, a la puerta de un mercado de abastos ubicado en unas galerías comerciales, despliega durante horas su arsenal de copias pirateadas de discos y películas. Otros compañeros prueban suerte en ubicaciones distintas. Las bocas de metro sin vigilancia, aún hay unas cuantas, son un lugar seguro y caliente en invierno.
Karim es mauritano, lleva algunos años más en el negocio, pero se dedica a la venta «puerta por puerta», bares, restaurantes y negocios similares son su lugar de actuación, mochila a la espalda y sonrisa para todos. La gente lo conoce bien en algunos barrios y de vez en cuando hay quien le invita a un té. Nada de cerveza. «Soy musulmán, no puedo beber alcohol», resume, escueto. Si se profundiza un poco más se llega a saber que tiene dos mujeres y cuatro hijos en su país natal.
Para Harry son tiempos difíciles. Y no sólo por la crisis y porque la gente compre menos, lo cual no está del todo claro («Sigo vendiendo más o menos igual», dice), sino porque la efectiva presión de la Policía Municipal sobre esta venta ilegal ha conseguido que, desde 2004, los números vayan descendiendo con claridad. La pintoresca estampa de decenas de vendedores ejerciendo sin problemas en lugares céntricos, que era entonces habitual, ha desaparecido a día de hoy.
En la Puerta del Sol o en la calle Serrano y otras de la «Milla de Oro» madrileña, los bolsos de imitación ya no compiten con los genuinos. Tampoco se regatea con tranquilidad. El «negocio» se ha ido desplazando, de manera progresiva, hacia lugares donde la presencia de los agentes es menos habitual. Además, los usos han cambiado. «Ahora trabajan de manera distinta, con lo que es más difícil luchar contra ellos, aunque sean menos», explica Francisco Callejón, uno de los cargos de la Policía Municipal encargados de organizar la lucha contra los manteros. «Van en grupos de 20 o treinta personas, y en cuanto ven a un policía no dudan en escapar en masa, con los altercados que esto puede producir en una zona concurrida. Saltan por encima de quien sea».
Supervivencia
Y es que para muchos de estos jóvenes sin «papeles», en su mayoría africanos en situación límite, se trata de pura y dura supervivencia. Y ahí comienza, digamos, el problema legal. «En 2008 (datos de noviembre) ha habido más de seiscientas ochenta detenciones por delitos de este tipo», comenta Callejón. La población de manteros, explica, era hace cuatro años de unos cuatrocientos. Ahora supera tan sólo los doscientos, siempre según una estadística difícil llevar con exactitud. Eso significa, por lógica, que algunos han tenido que ser detenidos más de una y más de dos veces.
Rara vez esas detenciones terminan en un juicio que lleve al mantero a la cárcel. De hecho, a nivel nacional, un nutrido grupo de jueces y expertos en derecho penal han estimado y declarado públicamente que las penas de cárcel (en los casos que se han dictado) son a todas luces excesivas, sobre todo por comparación con las de otros delitos graves.
«Hay que tener en cuenta –explican algunos– que ciertamente se trata del final de una cadena delictiva, gente que está en una situación extrema y que no tiene otra cosa para comer». Los esfuerzos de la Policía, de hecho, se centran en apuntar al origen, no al último eslabón, tratando –y consiguiendo a menudo– de desmantelar el entramado mafioso de quienes fabrican en masa las copias piratas.
Es ahí donde se comprueba la curiosa idiosincrasia «mestiza» del tinglado. Las mafias «fabricantes» son principalmente chinas, aunque se ha dado algún caso de grupos del Este de Europa oriental.
Es la única manera de ser efectivo, ya que, como reconoce la Policía, «aunque bajen los manteros, han crecido los que van vendiendo por los locales. Chinos, africanos, pakistanís... y el producto es variado. Cuando ves a uno de esos no puedes hacer nada. Llevan una cantidad insignificante de copias como para que puedas cargarles nada».
Esquinas en propiedad
Y una cosa está clara. Ni uno solo de los clientes, los que compran el producto pirateado a sabiendas, ha sido multado todavía por ello. Sencillamente, no sucede. Los procesos serían costosos e inútiles. Mientras, hay quien continúa con lo suyo. Los vendedores callejeros de comida china que hace quince años ya funcionaban en la Gran Vía no parecen preocupados por la presión policial o los presuntos controles de sanidad y, caja de cartón en ristre, controlan férreamente sus esquinas a partir de ciertas horas de la noche. Así, Harry, mantero, tiene el problema de pertenecer a una especie en retroceso. Y Karim, «puerta por puerta», ve como cada vez más gente en su situación pelea por el territorio con el que se gana la vida.
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