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Chorizos enanos
La otra noche andaba por la curva de Lopagán, triscando por los chiringuitos de abalorios y baratijas. Me paré a ver un reloj precioso por el que la comerciante africana me pidió la increíble suma de seis euros. Estaba tan contento porque además funcionaba, que no me di cuenta que un par de niños de cinco o seis años también husmeaban entre los relojes. Con la rapidez de dos relámpagos bajitos, los chavales le levantaron a la del kiosko dos relojes con sus cajas y echaron a andar como si fueran turistas suecos. El encargado se percató y salió tras ellos. Mientras los perseguían a gritos, los gitanillos tiraron la mercancía y se volvieron hacia el afectado diciéndoles que los perdonara, porque nunca más lo iban a volver a hacer. Sinceramente, hacía tiempo que no me llegaba la perplejidad hasta el colodrillo, nunca había visto nada igual y menos en gente tan pequeña. Entonces se me vino encima la cosa tan polémica de los menores y lo de la reeducación, la reinserción, la edad penal y todo lo que se está montando últimamente a raíz del secuestro, muerte y violación de niñas en nuestro país. Miren, esto no tiene remedio, como tantas cosas. Habrá muchos que piensen que la solución habita en la educación y la cultura. Otros dirán que radica en la formación y muchos apostarán por una revisión a fondo de la familia y sus valores como núcleo y fundamento del desarrollo de un niño. Pero lo que yo presencié en aquél chiringuito no se lo come para explicarlo la Ministra del ramo ni con un ejército de psicólogos pretorianos que la convenzan. Hay cosas que son como son y ni Freud que naciera de nuevo patrocinado por Florentino Pérez lo iba a arreglar. Chorizos enanos para un caldo gordo como el que estamos viviendo.
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