Jubilación

Crisis y movilidad

La Razón
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Despreciable crisis: tu nombre envenena mis sueños, y los de tantas gentes de buena voluntad. Cuántos desatinos se producen en tu nombre. ¡Ay crisis de mis entretelas! Eres como el ungüento amarillo para curarse a veces de lo irracional. Sobre tus amplios y figurados hombros cargas con lo que te es propio y también con lo ajeno. Crisis de vacas flacas, famélicas, de carne trémula y ubres que escupen polvo en vez de leche. Dicen que por tu culpa el pasado miércoles, en vez de enterrar a la típica sardina, enterraron a un humilde boquerón. Santa crisis de los desesperados, siempre habrá quien te agradezca que hayas conseguido lo que jamás había logrado la imaginación de los políticos: disminuir la intensidad circulatoria y el volumen de vehículos en las calles de Madrid, aunque el coste supere al beneficio. A ti, crisis de mi desasosiego, te imputan la nueva modalidad de desayunos de trabajo sin desayuno, lo que manda al paro a más profesionales de la hostelería. Tú, crisis de mis pesares, que envenenas mis sueños y mis noches en vela, has mandado a muchos padres de familia a robar alimentos al supermercado o a escarbar en los cubos de basura en busca de algún resto de comida que llevarse a la boca, mientras que otros tratan de impedirlo, y no dando de comer al hambriento, sino multando con 750 euros a quienes busquen alimentos entre la basura; es decir, que se penaliza la miseria. Ya no se puede ser pobre y hurgar entre los desperdicios para buscar el esqueleto de un pollo. ¡Ay, crisis, crisis¿!