Historia
Derecho a la furia
Habríamos adelantado mucho si los fetos de esos hijos de puta hubiesen explosionado en el vientre de sus madres. Jamás llegarían a donde llegaron con el tiempo; y sus restos, dispersados con asco por los perros, tendrían su destino natural en la hedionda cadena alimenticia que de manera cabal e inexorable se completa entre la mierda con las ratas. Llegado el hartazgo de las alimañas, la carne sobrante del festín se la comería un puto cuervo encapuchado. Asunto concluido. Si eso ocurriese con los etarras, el pueblo llano no sentiría frío ni calor. El pueblo llano es propenso a la compasión y a la benevolencia, pero puede prescindir de la conciencia cuando alguien le toca mucho las pelotas. Lo haría con carácter excepcional, claro, cuando considerara que la violencia terrorista le obliga sin remedio a comprender que la Ley sólo está en condiciones de luchar contra los brutos cuando ella misma instintivamente se embrutece. Lo que no admitiríamos como individuos, sin duda podríamos aceptarlo como grupo. ¿No consisten acaso las leyes en la sustitución de la conveniencia particular por los intereses colectivos? ¿No es acaso el Código Penal un frío eufemismo de la venganza? En virtud de su inviolable derecho a sobrevivir al terror, un hombre está legitimado incluso para prescindir de su conciencia. Ni siquiera importa lo religioso que ese hombre sea; hay ocasiones en la vida en las que a un creyente no le costaría mucho convencerse de que en situaciones de extrema emergencia la doctrina evangélica rige tanto como el pensamiento venatorio de «Jara y sedal», y que en ese caso lo único que de verdad le preocupa a Dios es permanecer cínicamente al margen y que alguien le haga el trabajo sucio. El caso es responder a cada golpe con un golpe aún mayor, sin contemplaciones, armados del escaso valor que se necesita para modificar las leyes de manera que no nos sirvan sólo para lamentarnos por haberlas obedecido. No se puede apagar un incendio con un abanico. Si los terroristas encuentran cuerda su locura, ¿no tendremos nosotros derecho a considerar decente nuestra furia? Frente al terrorismo, el Estado no puede vacilar en nombre del pueblo, entre otras razones porque nosotros, el pueblo llano, que preferimos que nos desvele la conciencia y no la muerte, nunca comprenderemos que en situaciones como ésta la Justicia resulte cursi y negligente comparada con la venganza.
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