España

Desde la noche de los tiempos

La Razón
La RazónLa Razón

La propaganda abortista lleva años empeñada en hacer creer a la opinión pública que el aborto es un derecho, que la oposición al mismo es una muestra de cerrazón y que semejante manifestación de mentalidad cavernícola sólo cabe en mentes católicas o, a lo sumo, de alguna confesión cristiana. Su empecinamiento, desde luego, tiene razones muy profundas siendo quizá la principal que ninguna de las afirmaciones previas se corresponde ni lejanamente con la verdad. Paso por alto el hecho de que nuestro sistema legal –y la jurisprudencia del Tribunal Constitucional es contundente– ve como derecho la vida, pero no el aborto. Sólo en algunos casos muy concretos en que el derecho a la vida del feto colisiona con otros bienes jurídicos admite excepciones totalmente regladas y punto. Pero lo que hoy quiero destacar es que la oposición al aborto no nace con el cristianismo. Su carácter, por el contrario, es universal. Al respecto, no deja de ser curioso que Job –un personaje que no era judío, pero del que se afirma que era justo– ya indicara en su libro (10, 10-11) que el crecimiento del feto era una obra divina, obra, por lo tanto, que no podía ser truncada por mano humana. Job, se podrá decir, era un monoteísta. Sí, pero no lo era, desde luego, Hipócrates (s. VI-V a. de C.) que en su juramento médico incluyó la prohibición de provocar abortos. La posición de Hipócrates fue seguida, por ejemplo, por Escribonio Largo (s. I d. de C.), uno de los padres de la ginecología, en este caso romano, quien volvió a incidir en la prohibición de practicar abortos como algo indigno de un médico. También Aulo Cornelio Celso (s. I d. de C.) en su obra médica enseñaba cómo retirar un feto muerto del vientre de la madre, pero, por supuesto, no proporcionaba ninguna instrucción para practicar abortos siquiera porque compartía la visión hipocrática. La base no era un pensamiento de carácter religioso –aunque no puede descontarse en el caso de Hipócrates– sino el respeto por el carácter sagrado de la vida. De hecho, Aristóteles que, en principio, no era contrario al aborto en su Política indicó que éste resultaba intolerable si ya se percibía vida en el seno de la madre. Sin duda, era a lo más que podía llegar en conocimientos científicos el filósofo, pero no por ello dejaba de ver con claridad que la vida humana no podía ser sacrificada. En términos generales, las culturas antiguas que no habían sido impregnadas por la visión que encontramos en la Biblia distaban mucho de ser un ejemplo de respeto por la vida. Podían disfrutar de diversiones como los juegos de gladiadores, ejecutar a los reos con terribles tormentos e incluso abandonar al recién nacido. Sin embargo, también sentían una repulsión hacia el aborto que brotaba del amor por la vida humana. Me cuentan que algunos colegios de médicos en España han decidido cambiar el contenido del juramento hipocrático para dar entrada al aborto. Al comportarse así dejan de manifiesto el deterioro ético de la profesión y dan la razón a los que el domingo se manifestaron en toda España a favor de la vida. Entre ellos, con seguridad, había católicos, evangélicos e incluso ateos, pero, sobre todo, era gente que manifestaba un respeto a la vida que viene desde la noche de los tiempos.