Ciencia y Tecnología

Edgar

La Razón
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Jiménez, que pese a su nueva condición de ministra de Sanidad le siguen llamando Trini(dad) como las viejas películas de Bud Spencer y Terence Hill, se ha vestido de largo con una pandemia. La enfermedad, sino es asunto de gestión política, es un vestido enlutado y de soledades pero nuestros dirigentes, tan acostumbrados al desahogo, lo sacan del armario para fiestas y cenas de gala promocionales. Todo, también la muerte, tiene una vis de oferta mediática y propagandística, de juego de cartas con la suerte tocada de los otros. La llamada a la calma de la ministra genera un sosiego como el de los músicos indesmayables de la orquestina postrera del Titanic: no conocemos las características de la enfermedad ni el número de afectados. Mientras se reitera que «todo está bajo control», la música sigue sonando y a la vez, en el cuarto de máquinas, se buscan a nuevos enfermos, propios, autóctonos, de Albacete, para encumbrarlos en este extravagante estrellato. No se puede ser feliz sin el anonimato, pero ahora hemos llegado a tener que explicar como se puede ser agraciado, no por una pedrea, sino por una gripe mortal. Es el caso de Edgar, el paciente cero, al que este virus que se cruzó por su camino en Veracruz, lo ha llevado a convertirse en un individuo de nuestra especie rifado por las cadenas, un diamante de la televisión basura y el nuevo periodismo extraído de una infancia humilde. Esta epidemia de gripe mutante sin posible veta literaria como aquella fiebre amarilla que mató como un héroe a Mejía Lequerica o la muerte tísica de la Dama de las Camelias, tiene que recurrir a estas bajezas. A estas bajezas y al periodismo alarmista, de máquinas y usuras, que cree vender más si los pabellones de deportes se convierten en improvisados tanatorios.