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El aborto hace 19 siglos
Miles de cristianos murieron mártires en los dos primeros siglos de la Iglesia porque se negaron a realizar el leve gesto de echar unos granos de incienso ante la estatua del emperador, que era considerado como un dios. Ahora lo que se pide a algunos es que pongan en la mano de una adolescente una píldora, que eliminará la vida que se inicia en su seno. Hay sanitarios o farmacéuticos que serán criticados –¿o algo más?– porque se niegan a realizar ese gesto. Y cuantos se opongan a ese crimen organizado serán tachados de retrógrados.Los que hagan objeción de conciencia estarán continuando algo que diferencia a los cristianos de los que no lo son. En efecto, muy al inicio de la Iglesia, se escribe la celebérrima Carta a Diogneto, en la que el autor explica en qué se distinguen los cristianos de quienes no lo son. De los muchos datos que da de los cristianos, bástenos hoy éste: «Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben». Es un argumento más que demuestra lo poco progresistas que son determinados responsables de nuestra sociedad, que presentan como tales acciones dañinas que se remontan a diecinueve siglos atrás, y califican de reaccionarios a quienes las rechazan. Ello no nos ofende, porque efectivamente reaccionamos contra esa cultura de la muerte que se quiere imponer a la sociedad.
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