Crítica de libros
«El agua» por Ramón Tamames
Fue uno de los grandes sabios griegos presocráticos, el que para identificar las fuerzas que dominan el mundo, se refirió por primera vez a los llamados «cuatro elementos»: tierra, agua, aire y fuego. Y aunque en apariencia tuvieron la misma importancia, el agua siempre se consideró como el principio mismo de la vida. Eso era especialmente cierto en la antigua Hélade, como país que vivía en directa y permanente relación con el mar. Del que dependía para su alimentación, el comercio, y que al propio tiempo era escenario de las guerras intra-helénicas, y con los países de todo el mediterráneo oriental, así como de las expediciones que llegaban hasta las Columnas de Hércules.No es extraño, pues, que todavía tengamos la resonancia histórica de aquel ejército griego que se puso al servicio de ciertas guerras en Asia Menor, conocido como «los diez mil», cuya retirada de territorios entonces tan recónditos, para retornar a la patria, fue narrada de mano maestra por Jenofonte en la «Anábasis», uno de los primeros grandes libros de Historia. Los soldados griegos, después de atravesar los duros campos de la Anatolia, al llegar a las orillas del Egeo, saludaron las aguas azules que anunciaban sus tierras natales más allá, con el grito de «¡¡Thalasos, thalasos…!!», es decir, «el mar». Ya lo he dicho alguna vez, en esta columna de LA RAZÓN: somos un hidro-planeta, en el que el 71 por 100 de la superficie corresponde a los mares. Y en las áreas continentales, el agua se acumula en distintas formas, para un aprovechamiento continuo en cualquier clase de procesos de la vida. A partir de ahí, cualquier otra reflexión vendrá fluidamente. Pero lo importante, por encima de todo, es que sin agua no existiríamos. Por lo cual, la administración de los recursos hídricos, sea a escala planetaria o en horizontes más limitados, exige de esfuerzos y equilibrios que hoy son parte fundamental del desarrollo sostenible.
✕
Accede a tu cuenta para comentar