Moda
El desfile más amargo de Lacroix
Las previsiones no fallaron: el que podría ser el último desfile de Christian Lacroix, uno de los grandes genios de la alta costura, acabó en un mar de lágrimas, aplausos y medias sonrisas esperanzadas. Sí faltaron los habituales claveles rojos que el modisto solía disponer en los asientos para los invitados a sus desfiles. Quizá porque no era día de flores. Sin embargo, el Salon des Boisier del museo de las Artes Decorativas, en la calle Rivoli de París, se llenó de color y alegría mientras las modelos caminaban con las propuestas de Lacroix, una colección que muchos consideran casi un milagro, ya que nadie apostaba por ella hace unas semanas. Es más, los asesores de la firma estaban en contra de que el diseñador siguiera trabajando para no quedarse fuera de la cita con la alta costura -lleva haciéndolo varios meses sin cobrar su sueldo- después de que la empresa se declarara en bancarrota, pero el equipo creativo no pensaba igual. Con retales de satén Así, el personal decidió trabajar de forma gratuita y sacar adelante 24 creaciones, las últimas que verán la luz si ningún grupo inversor compra la marca antes de fin de mes. Pero hay más: Lacroix lo confeccionó todo con retales de seda, satén y encajes que encontró en su taller. Él mismo pagó de su bolsillo el maquillaje y la peluquería de las modelos, Bruno Frisoni y Roger Vivier le prestaron los zapatos y un café cercano realizó un pequeño «buffet» sin coste alguno. Sólo 15.000 euros salieron de las raquíticas cuentas de la firma para que el modisto, después de mucho insistir, pudiera pagar a las modelos. Un dinero que, por otra parte, podían haberse ahorrado si, como decían muchos entre bambalinas, algunas «top models» hubieran acudido a socorrer a quien, a comienzos de los noventa, las convirtió en lo que son ahora. Sin embargo, Lacroix no quería que el de ayer fuera un día triste, sino una explosión de color y alegría como las de sus épocas mejores, por más que el gris y el azul marino predominaran. «No luto», insistía entre bastidores, hasta que, al ritmo de una versión francesa de «My way» salió él mismo acompañado por una novia que casi parecía una virgen sevillana. Un guiño al milagro que acababa de ofrecer, quizá.
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