San Francisco
El G-20
Parece que, según les vaya esta reunión en el cadalso, o los líderes mundiales se ganan el derecho a pasar por Fortnum and Mason a comprar té y pastas para la familia o directamente se quedan en Picadilly Circus pidiendo con un vaso de MacDonald's en la mano. Esta «superbowl» económica se plantea en términos militares: 2 de abril, San Francisco de Paula, el día que derrotamos a la crisis mutante. Y en este modelo, que simula una democracia perfecta, la responsabilidad del caos se está repartiendo a escote, como si un vecino de Alcázar de San Juan no pudiera más que encogerse de hombros si le reclaman una fórmula para acabar con esta Guerra Mundial por lo financiero. Diluida la responsabilidad del G-20 y planteado el caos en términos de conflicto bélico, falta encontrar, como en la cita de derrotados victoriosos de Bretton Woods, un enemigo al que, vencido, cargar el mochuelo. Entonces se detectó una fuga en la corrosión de los valores. Había miles de expulsados del Paraíso y el capital fue obligado a humanizarse para alimentar a los harapientos con el sueño del pleno empleo. Esta crisis global ha ampliado el zoom del horizonte para dejar al descubierto que las cuatrocientas fortunas del mundo acumulan más riqueza que tres mil millones de pobres. Pero en el advenimiento de Obama, el Viejo Nuevo Mundo ya no es la tierra de las oportunidades, sino aquella Roma decadente que defendía los restos del imperio devorada por las deudas. Aunque los economistas tienen la certeza de una página de horóscopos, el sistema va a aguantar. En el G-20, aquella ilusión de Bretton Woods de rehabilitar a los millones de pobres del mundo será tan eficaz como la lectura de un cuento de Gloria Fuertes.
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